A los comunistas de hoy en día no les gusta que les digan que lo son. Ahora se autodenominan "progresistas" o "socialistas bolivarianos del siglo XXI". Obviamente, entre los clásicos y ortodoxos, estilo Lenin, Stalin, Mao y los innombrables de la actualidad que dirigen la estrategia y los proyectos del Foro de Sao Paulo, hay diferencias, de estilo, de lenguaje y de vergüenza.
Sí, leyeron bien, de vergüenza. Porque los de antes (no es que fueran unos santos) se enorgullecían de ser comunistas y de línea "pura y dura" del marxismo, mientras a los de hoy les da pena reconocerse como tales, es decir, son vergonzantes.
Y se apenan de profesar ese credo por los evidentes fracasos en la aplicación del modelo, por el desprestigio que le sobrevino con la caída del Muro de Berlín, el colapso de la Unión Soviética, la adopción del capitalismo "neoliberal" por parte de la China comunista y la miseria de las dictaduras de Cuba, Corea del Norte y Venezuela.
Los comunistas del presente saben que defender aquellas banderas y hablar el mismo lenguaje de sus antiguos maestros, los condenaría al fracaso.
Los comunistas tipo Foro de Sao Paulo o socialistas del siglo XXI no es que sean unas mansas ovejitas, en realidad son unos lobos mal disfrazados de abuelitas, ya ni siquiera reivindican a la clase obrera como la clase vanguardia de la revolución, sino que hablan del pueblo, de los excluidos, los vulnerables, la pobrería, en vez de reivindicar la lucha de clases se refieren a las grandes desigualdades y a las injusticias sociales, no desdicen de la democracia burguesa sino que fungen como defensores de la democracia a secas, en vez de dictadura del proletariado dicen defender las libertades.
Ya ni siquiera se oye hablar de partidos comunistas de esos que a sangre y fuego reclamaban el liderazgo de la revolución que la teoría dogmática les asignaba, y los que aún subsisten, enmohecidos en sus telarañas y ensueños, pasan desapercibidos.
Los comunistas de hoy, buscan el calor de cobijas que antes detestaban e incluso perseguían a muerte como los homosexuales, los narcotraficantes, el fanatismo religioso, pues en ellos descubrieron potencial electoral y dinero para financiar campañas.
En esta tarea cosmética no les podía faltar el cuestionamiento de las historias nacionales de las que rescatan oportunistamente la figura de Bolívar lo cual los aleja de la doctrina que consideraba a aquellos líderes como héroes de las clases dominantes. La idea hoy es usar la venerada imagen del Libertador como máscara que los hace ver patriotas.
Pero, ese ocultamiento de su naturaleza ha conllevado, en algunos casos, como en el venezolano y el colombiano a que se aligeren sus antiguos estupores frente a la corrupción por cuanto tiende al enriquecimiento individual enseña del capitalismo y a que se arrimen al ejercicio del poder piratas, aventureros, narcos, viciosos, el lumpen, los avispados, etc., con fines personales.
Marx y sus más lúcidos y destacados intérpretes, teóricos comunistas de antaño no tenían filtros para justificar la violencia política, en tanto esta es connatural a la lucha de clases, pero también porque a diferencia de la criminal común, está investida de un sacro objetivo, la toma del poder para demoler el viejo sistema capitalista y erigir el paraíso en la tierra, por ello se declaraban subversivos o revolucionarios y desconocían las leyes y la constitución burguesas. Los de ahora piensan igual, pero se enmascaran
No solo en Colombia sino en Latinoamérica no ha existido un teórico marxista sobresaliente, y eso se puede apreciar en la pobreza filosófica de los líderes del Foro de Sao Paulo, ni siquiera figuras como Fidel Castro, Lula Da Silva o López Obrador, alcanzaron la ortodoxia, quizás la única que se destacó aunque más en un plan de difusora pedagógica haya sido la chilena Marta Harnecker.
Los neocomunistas de Colombia no escapan a la modalidad maquilladora. Se puede apreciar en la gran cantidad de movimientos de izquierda que se han formado y que aún existen bajo diferentes denominaciones. Y en candidatos a la presidencia que no obstante su afán por edulcorarse no logran lavarse el rojo verdadero de sus rostros.
Darío Acevedo Carmona, 24 de agosto de 2025