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estado colombiano

  • El Palacio de Justicia y la falsa igualdad de responsabilidades

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    Estábamos acostumbrados a hablar de la toma y la retoma para referirnos a lo sucedido en el Palacio de Justicia hace ya 40 años.

    La tragedia iniciada por un comando terrorista del M-19 ocupará un lugar siempre destacado en los anales de la historia colombiana, tal como nos sucede por ejemplo con el asesinato de los caudillos liberales Jorge Eliécer Gaitán (1948) y Rafael Uribe Uribe (1914) y el del líder conservador Álvaro Gómez Hurtado (1995), entre muchos otros sucesos de tiempos remotos, en el sentido de que difícilmente nos pondremos de acuerdo acerca de la valoración sobre este acontecimiento.

    No me sorprende, por ejemplo, que analistas como Rodrigo Uprimny insistan en igualar en materia de culpa y responsabilidad la acción del M-19 con la del Ejército colombiano, sino que me confirma la existencia de una muy fuerte corriente de opinión que insiste en plantear, no la hipótesis sino la tesis de que en la tragedia de Palacio concurren y comparten la responsabilidad el grupo guerrillero y el estado colombiano.

    Esa tesis ha sido refrendada por algunos tribunales internacionales, por reconocidas ONG de derechos humanos y sectores de izquierda y comentaristas en medios nacionales e internacionales. Uprimny, fundador e investigador de la ONG De Justicia habla de ese "acto atroz de la toma por el M-19 e igualmente acto atroz del estado colombiano en la retoma" en entrevista con El Espectador vía Youtube.

    Es, en mi parecer, una manera de soslayar el objetivo central del M-19 y reducir el asunto a una batalla por el edificio.  Suena como una simple operación aritmética mitad para cada una, miti y miti y listo el paradigma. Aunque no faltan los que tercian aplicando la mayor responsabilidad al estado, e incluso, los que bendicen la atrocidad del M-19, como el presidente Petro que la calificó de "una genialidad".

     Quienes hablan de la toma y la retoma como si se tratara de “un toma y dame” de boxeo desconocen 1. la magnitud descomunal de los objetivos que tenía en mente el grupo subversivo, 2. la impreparación o impericia de las fuerzas del orden para enfrentar un ataque de ese calibre, 3. El caos y la confusión que se desató en un inédito combate a puertas cerradas, donde el cruce de disparos pudo causar víctimas  sin que sea posible establecer con precisión quien dispara y quien es herido o muerto o si se tiene o no conocimiento de quien es el victimario y quien la víctima.

    Hablar de toma y retoma significa igualar el grupo guerrillero que planeó, financió, analizó, dotó de armas, seleccionó a los atacantes, designó a los comandantes y definió los objetivos y que iban a triunfar o a morir a cualquier precio,  con el estado y sus fuerzas del orden que fueron tomadas por sorpresa y respondieron con lealtad en la defensa del estado atacado y en acatamiento a la Constitución política.

    Atacar a la Corte Suprema de Justicia pilar de uno de los tres poderes del estado, hacerle un juicio al presidente de la República elegido en democracia que había convertido en su principal emblema obtener la paz negociada y que había ofrecido ventajas como nunca a los grupos insurgentes, incendiar los archivos y expedientes sobre la extradición de nacionales a Estados Unidos, eran objetivos que, de lograrse, implicaban la destrucción del estado de derecho, su capitulación.

    De modo que la "retoma" consistía, precisamente, y es lo que demeritan u omiten los igualitaristas, en la defensa del estado de derecho, del presidente y de la Corte Suprema de Justicia. No se trataba a secas de rescatar un edificio sino que las fuerzas del orden buscaron impedir que el M-19 cumpliera sus objetivos.

    Suena simple, pero fue así: el M-19  asaltó el Palacio de Justicia a través de una acción terrorista para dar un golpe de estado y creía que el "pueblo", esa figura retórica que sirve para tantas cosas, saldría a las calles a respaldar su añorada revolución. A su vez, las tropas oficiales ingresaron al Palacio, ya escenario de incendios, asesinatos y balaceras, a “Defender la democracia”, frase con la que el Coronel Plazas Vega, comandante del operativo, resumió la orden recibida. El Ejército no estuvo retado a la recuperación de un CAI, no acudió a un enfrentamiento en campo abierto o a sofocar un mitin.

    El activismo adelantado por ONG, grupos de izquierda y activistas de derechos humanos a través de una sistemática y ruidosa campaña responsabilizando a la Fuerza Pública de los más graves hechos ocurridos, ha logrado que el estado colombiano indemnice a las víctimas y, al cabo de unos años, amnistíe, indulte o cese toda acción penal contra los miembros del M-19. Se alude en algunos fallos al “uso excesivo de la fuerza” como si las fuerzas del estado no hubieran enfrentado a un comando dispuesto a eliminarlos  o como si hubiera sido posible distinguir el sitio donde se ubicaban los francotiradores del M-19.

    No obstante, algunos apartes del informe de la Comisión de la Verdad creada para investigar la tragedia así como avances de Medicina Legal y otros organismos han permitido aclarar aspectos de suma importancia:

    “De los 94 muertos, sólo 68 cadáveres fueron identificados… De los 68 identificados, 33 no presentaban quemaduras, y de éstos, 10 correspondían a personas que laboraban en el Palacio, 6 a integrantes de las fuerzas del orden, 1 a un visitante, 1 a un transeúnte y 15 a guerrilleros.”

    También se estableció la autoría del asesinato a sangre fría de varios magistrados entre ellos el del doctor Manuel Gaona Cruz a manos del jefe guerrillero Andrés Almarales. También se encontró exceso en uso de la fuerza por parte de algunos miembros del Ejército. Varios de los cuerpos con balas no fue posible establecer la causa definitiva de su muerte. Sería injusto  condenar todo el accionar de las fuerzas del orden, porque  ellas además de cumplir con su deber de evitar la derrota del estado, salvaron más de cien vidas.

    Coda: El general Jesús Armando Arias Cabrales oficial director del operativo de defensa del estado purga una pena de 35 años de cárcel a sus 90 años y, además,  fue privado de todos los honores y distinciones obtenidos a lo largo de su trayectoria militar por el presidente Petro, miembro del M-19 y ensalzador del grupo. El coronel Alfonso Plazas Vega sufrió intensa persecución por parte del Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo, estuvo preso ocho años y luego fue absuelto de toda culpa por la Corte Suprema de Justicia.

    Darío Acevedo Carmona, 9 de septiembre de 2025

  • Sucedió hace 40 años y parece que fue ayer

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    Creo que los colombianos no dejaremos de tener miradas encontradas sobre muchos sucesos del presente y del pasado. En particular, cobra fuerza, a raíz de los 40 años que cumplen los trágicos hechos por la toma criminal del Palacio de Justicia por parte del M-19 y su desenlace doloroso.

    Al respecto escuché en días pasado un encontrón entre varios de los panelistas de Blu Radio acerca del asesinato del magistrado Manuel Gaona Cruz en esos sucesos.

    Me impactó la afirmación vehemente y tajante del abogado constitucionalista, Héctor Riveros, en el sentido de que al Dr Gaona lo asesinó el Ejército durante las acciones de retoma del edificio y de recuperación de las víctimas, en especial de los honorables miembros de la Corte Suprema de Justicia de la que hacían parte varios muy destacados y brillantes constitucionalistas.

    El Doctor Gaona junto con otros magistrados y funcionarios de la Corte se encontraban en uno de los baños usados como escudos por miembros de la columna del M-19, mientras las fuerzas del orden combatían intensamente con los guerrilleros en la disputa por el control de cada metro.

    El Dr Riveros basa su afirmación en el hecho de que la bala hallada en el cuerpo del Dr Gaona era una bala oficial y que así fue comprobado en la investigación forense.

    Por estos días hemos escuchado la voz del hijo y la hija del Dr Gaona, ambos, al igual que su padre, constitucionalistas, quienes sostienen que su padre fue asesinado por el M-19.

    Solo en mi condición de ciudadano y aún en uso de razón, me parece que el Dr Riveros extrae forzadamente su conclusión omitiendo varios factores a saber: El profuso y confuso curso del enfrentamiento  bélico en el que una bala impactaba a una persona sin que el emisor le estuviera apuntando.

    Otra situación que se podría tener en cuenta, al menos para dejar espacio a la duda, es que el M-19 podría disponer de armas y municiones oficiales robadas en sus incursiones y ataques a la Fuerza Pública.

    Y una más, es que los miembros del comando terrorista no contaban con una respuesta oficial de resistencia y vocación de combate tan fogosa y decidida por parte de soldados y policías y eso los llevó a tomar decisiones confusas, apresuradas e imprevistas en su libreto o plan.

    El M-19 irrumpió no por un objetivo cualquiera o de menor monta, el propósito  era tomar a la Corte Suprema como rehén, exigir la renuncia del presidente Belisario Betancur y desatar una insurrección popular. No es lógico desechar que los altos oficiales encargados de la retoma no tuvieran en cuenta el calibre de tal operativo terrorífico y que por ello su obligación era salvar el estado y las instituciones o que estas fueran abatidas.

    Duele que haya personas que sigan pensando que fue el Ejército el responsable de todos los muertos y heridos y que la cúpula del grupo insurgente son héroes como lo ha insinuado el señor Petro quien ha exhibido la bandera de ese movimiento y ensalzado a algunos de sus dirigentes en ofensa grave a las víctimas.

    O que piensen que puede hablarse de una responsabilidad compartida, cuando la Fuerza Pública pudo salvar más de cien vidas, mientras los guerrilleros irrumpieron en el Palacio disparando a unos humildes vigilantes y luego procedieron a incendiar archivos y a convertir a los magistrados y demás funcionarios y visitantes en escudos.

    Fue una batalla dura en la se jugaba la suerte del país. No tienen razón quienes hablan de desaparecidos por el Ejército, quienes quieren igualar terroristas con soldados y policías, mientras omiten que el grupo guerrillero tenía colaboradores y que uno de los principales activistas que hizo propaganda sobre la desaparición de 11 personas cuando al final se supo que fue una sola, era militante de esa guerrilla capturado tiempo atrás en un operativo oficial.

    La lucha por la verdad histórica y por la verdad jurídica sigue su curso y no se puede tranzar con aquellos que quieren edulcorar la responsabilidad máxima del M-19 que fue el que fraguó el plan para tomarse el poder a través un cruel acto terrorista.

    Darío Acevedo Carmona, 3 de noviembre de 2025

  • El estado colombiano un asesino según Petro

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    El presidente Gustavo Petro, en evento de reconocimiento de responsabilidad del estado colombiano en las masacres de La Granja y El Aro (1997) ordenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)...

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  • ¿Tiene algún beneficio que Colombia continúe en la CPI?

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    En el momento preciso en que el Congreso de la República discutía, soberanamente, la creación de una sala especial en la JEP para el juzgamiento de militares arribó al país el fiscal adjunto de la Corte Penal Internacional (CPI) James Kirkpatrick Stewart para advertir que de aprobarse tal iniciativa dicha corte podría intervenir en Colombia para enjuiciar a los agentes del estado responsables de crímenes de lesa humanidad, en particular los de los llamados “falsos positivos”.

    Es rara, muy rara, la premura de este funcionario como también el tono amenazante que utilizó al señalar que la JEP era inmodificable que hacerlo ponía en peligro el acuerdo de paz Santos-FARC y abría las puertas a la impunidad para los militares acusados.

    Y es raro porque la CPI no ha manifestado, hasta el presente, ninguna contrariedad, crítica, oposición o exigencias en relación con la total impunidad para los comandantes de las FARC responsables de crímenes de lesa humanidad consagrada en ese acuerdo.

    En cambio y como fue corroborado por el fiscal adjunto, lo que más les ha preocupado es la aplicación de justicia a los militares colombianos sin tener en cuenta que ya miles de ellos desde soldados hasta generales están siendo juzgados, condenados y pagan cárcel hace años por fallos de los tribunales nacionales, circunstancia que desvirtúa cualquier posibilidad de intervención de la CPI por cuanto una de las causas para que se produzca es que no se haya podido hacer justicia o el Estado adherente reconozca su incapacidad para castigar a reos de delitos de lesa humanidad, crímenes de guerra y genocidio.

    Sorprende la visita y las admoniciones fuera de foco del vicefiscal Kirkpatrick porque en muchos países de Africa y Medio Oriente el mundo presencia impotente la violación sistemática del estatuto de la CPI sin que ella realice intervención alguna. Sorprende que en medio de su debilidad, su carencia de herramientas adecuadas, un liderazgo de funcionarios obsecuentes con la burocracia internacional y los intereses de las grandes potencias, haya acudido tan velozmente al llamado de auxilio de quienes defienden la imposibilidad de modificar la JEP.

    Es razonable pensar que su visita fue el fruto de un intenso loby adelantado por personas que se mueven a sus anchas en el concierto diplomático y en las esferas de los órganos encargados de supervisar los derechos humanos donde han logrado imponer su versión sobre el conflicto armado según la cual el Estado es responsable de organizar una guerra sucia y creado los grupos paramilitares, y las guerrillas son organizaciones populares, víctimas de exclusión y persecución.

    Al cabo de 16 años de haber adherido al Acuerdo de Roma que creó la CPI y su estricto estatuto, el balance sobre su presencia en Colombia es bastante deficitario e ingrato ya que lo hasta ahora actuado está en una línea muy similar a la de otras cortes, como la CIDH, y órganos de derechos humanos que casi siempre condenan al estado colombiano al aplicar el principio de que solo los estados, en cuanto signatarios de los tratados de DDHH, son por acción u omisión los únicos responsables de sus violaciones.

    La CPI ha fallado, como bien lo explica el periodista y analista Eduardo Mackenzie (periódico Debate 9/11/2018), en la observancia del estatuto que consagra el juzgamiento no ya de estados sino de individuos que haciendo parte de grupos armados insurgentes u oficiales han violado en materia grave los DDHH y el DIH.

    La CPI en Colombia, añade Mackenzie, se ha preocupado más por el tema de los falsos positivos supuestamente cometidos por miembros de la Fuerza Pública que por los de las guerrillas colombianas como el secuestro de miles de empresarios urbanos y rurales, agentes del orden, ciudadanos del común, el asesinato de personas indefensas y líderes democráticos como los diputados del Valle y los concejales de Rivera, los pobladores de Bojayá en Chocó refugiados en una iglesia, el secuestro de aviones con civiles, la voladura de un oleoducto que causó más de 80 muertos civiles, el reclutamiento de menores y la violación de mujeres adultas y menores..

    La CPI exige al gobierno colombiano cumplir e implementar rigurosamente el impune acuerdo Santos-FARC gracias al cual criminales de guerra serán juzgados por un tribunal que no inspira confianza, que a lo mejor los condenará a ocho años sin penas de prisión intramuros y recibirán curules sin respaldo electoral en el Congreso.

    Los colombianos que por mayoría rechazamos dicho acuerdo en el plebiscito de octubre de 2016, objeto de burla y desconocimiento por el presidente Santos y la dirigencia FARC, tenemos poderosas y contundentes razones para notificarle a la CPI la desazón, desconfianza y malestar que hemos expresado a otras cortes y organismos multilaterales y en esa medida, como sugiere el periodista Mackenzie, preguntarnos si tiene sentido que Colombia mantenga su membresía a la CPI o inicie su retirada.

    Darío Acevedo Carmona, 12 de noviembre de 2018