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movimiento universitario

  • El raro movimiento universitario colombiano

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    No se aún cómo se podría llamar el movimiento promovido por rectores, directivas, profesores y estudiantes de las universidades públicas que se ha extendido por más de dos meses sin darle mérito a las conquistas alcanzadas hace un mes por los rectores.

    Su bizarría es apreciable desde sus inicios. Primero, se desató contra un presidente que apenas cumplía dos meses de haber asumido el mando.

    Segundo, la desfinanciación que afectaría la conclusión de actividades académicas fue provocada por el presidente saliente que hizo aprobar el presupuesto deficitario del año en curso.

    Tercero, en la retórica del movimiento se usa como justificación el “ataque” a la universidad pública de donde se desprende la tarea de salir en “su defensa”. Medio siglo repitiendo la misma película.

    Cuarto, es la primera vez que rectores, directivas y profesores forman una especie de sindicato con los estudiantes para estimular el movimiento, apoyarlo y hasta financiarlo, apartándose así de los procedimientos ordinarios que se usan para tramitar peticiones, en tratándose de funcionarios públicos con tan elevadas responsabilidades y por ello llamadas a dar ejemplo.

    Quinto, Es cierto que en el discurso explícito los dirigentes llamaban a la protesta pacífica, pero, se cae por los hechos que a las movilizaciones siempre se sumaban personas no infiltradas ni ajenas a las instituciones educativas sino activistas beligerantes y violentos, que las utilizaron para destruir bienes públicos y privados y atacar a los agentes del Esmad. Se trata de los mismos personajes que realizan formaciones militares en algunos campus aprovechando la “autonomía universitaria” y abusando de la libertad que en ellos reina.

    Sexto, el movimiento mostró rápidamente su carácter político en cuanto a él se sumó presuroso el sindicato de maestros, Fecode, destacado por el activismo y la manipulación de las izquierdas para enfrentar el estado colombiano y a los distintos gobiernos. Además, hubo amenazas de huelga general, paro de camioneros, caminatas de las robledistas “dignidades agrarias”, en suma, una concurrencia alineada con la convocatoria incendiaria de quien habiendo perdido las elecciones amenazó con adelantar la oposición en las calles, promoviendo movilizaciones y protestas durante los cuatro años de mandato de Iván Duque.

    Séptimo, el movimiento, a todas luces impropio, impertinente e inflado, obtuvo unos objetivos de gran envergadura plasmados en el compromiso de elevar el presupuesto de educación como nunca antes y por encima del de Defensa, pero los rectores no hicieron lo suficiente para levantar el paro.

    Octavo, el estudiantado radicalizado y unas pocas decenas de profesores se dejaron llevar de las voces más radicales y anarquistas para mantener el paro hasta asfixiar todas sus posibilidades y energías en una batalla sin fin.

    Noveno, en el discurso de los rectores y algunos directivos se ha esgrimido y elevado al altar de “Misión” de la universidad la idea según la cual ella debe estar al servicio de la paz, un equívoco que no solo no figura en la misión y visión de la universidad pública, no solo es ajena a la autonomía académica, sino que desconoce el carácter inequívocamente político de las nociones “paz” y “guerra” que la obliga a no mezclarse ni inmiscuirse en asuntos que no son de su resorte.

    La guerra o conflicto armado y su contra, la paz, son temas propios de gobiernos y entidades políticas y grupos armados o ejércitos que se ventilan no a la luz del conocimiento científico, nada se aporta desde un laboratorio, curso o clase a su tratamiento y por eso no es lógico que las universidades gasten millonadas de sus escasos recursos para pagar a profesores e investigadores, creando centros de pensamiento, cursos de pre y posgrado, costear onerosos medios: periódicos, emisoras y canales de tv en los que se dedica amplios espacios a temas políticos, partidistas e ideológicos.

    Muy diferente sería que en los centros universitarios y sin mayores erogaciones se realicen foros, paneles y conferencias en los que, extracurricularmente, los miembros de la comunidad académica y sectores externos puedan escuchar los puntos de vista de corte interpretativo (no agitacional ni doctrinario) en juego acerca de candentes problemas de la vida política.

    Téngase en cuenta que para preservar la autonomía está prohibido adelantar campañas electorales en los predios universitarios. Por asimilación temática y bajo la misma filosofía se podría invocar que temas que suscitan tanta polarización y militancia como la paz y la guerra no sean convertidos en preocupaciones misionales.

    Coda: Un presidente abierto al diálogo, sereno y bien intencionado firmó un acuerdo con una multitud de representantes profesorales y estudiantiles que ni siquiera se comprometieron a levantar el paro so pretexto de consultar unas bases ya dispersas y ausentes.

    Darío Acevedo Carmona, 17 de diciembre de 2018.

    Motivo vacaciones esta columna volverá a publicarse a comienzos del 2019. Les deseo felices fiestas de fin de año y muchos éxitos a todos los lectores y seguidores en el año que viene.

  • Academia y política un coctel indeseable.

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    Pienso que así como en las universidades públicas no debe haber intromisión religiosa, tampoco debe haberla de intereses políticos partidistas e ideológicos. Las instituciones están diseñadas para cumplir unos objetivos y ser fieles a una misión. No se aceptaría que un hospital se utilizara para un concierto musical o un cementerio para realizar un torneo de futbol.

    Considero que ni la ideología ni la política son ciencias y que el conocimiento científico fruto del esfuerzo académico es ajeno a doctrinarismos partidistas y que cuando grupos o partidos intervienen en los espacios educativos para adoctrinar a los jóvenes e instrumentalizarlos proceden indebidamente.

    Durante mi trayectoria por la universidad Nacional de Colombia como estudiante y docente, fui protagonista y la mayor parte del tiempo observador crítico del propósito de las diferentes agrupaciones y tendencias de izquierda de convertir la universidad pública en espacio para la agitación y la propaganda revolucionarias y reclutar jóvenes militantes, una de cuyas consecuencias es el distanciamiento de los estudiantes y parte del profesorado de sus obligaciones académicas.

    En su camino esos grupos le han dado estatus de permanencia al movimiento estudiantil como si se tratara de un grupo o clase o etnia, dotándolo de objetivos asimilables a un deber ser, destino o misión revolucionaria como otrora quiso hacer el comunismo con la clase obrera.

    No critico que estudiantes y profesores asuman, en tanto ciudadanos, posiciones políticas o partidistas, pero sí que se confunda y se use el credo político y se realice la militancia en las tareas académicas porque violan el carácter y la misión de las instituciones educativas: enseñar, formar, crear conocimiento.

    Ese viejo sueño de las izquierdas no se ha estancado, si se quiere y para ser realistas, el uso y abuso de entidades académicas, de instituciones del saber por parte de estudiantes y docentes militantes que están cumpliendo con una causa política de izquierda o de extrema izquierda, prosigue de una manera que raya en el descaro.

    En la carrera docente hay profesores que dedican buena parte de su jornada a organizar foros sobre el liderazgo de la clase obrera en la revolución proletaria, eventos conmemorativos de los 100 años de la muerte de Marx, del centenario de la revolución bolchevique rusa, que convierten el archivo de una familia víctima de violencia estatal en actividad proselitista, que nada tienen que ver con la vida académica. Y durante el octenio Santos aprovecharon para crear tanques de pensamiento sobre la guerra y la paz.

    En la actual coyuntura se tomaron las redes institucionales para circular sus proclamas, emisoras y periódicos universitarios publican artículos de contenido poco o nada académicos. Una verdadera afrenta es que la plazoleta central de la Nacional no se llame Francisco de Paula Santander sino “Che Guevara” el juez del paredón castrista, y que sea utilizada para despliegues y paradas militares de milicianos guerrilleros.

    Años atrás, y todavía, profesores de formación marxista investigan y reinvestigan movimientos, huelgas y líderes para “reescribir la historia dando campo a los excluidos, como si la academia tuviese la misión de reescribir la verdadera historia a la luz del paradigma de la lucha de clases.

    María Cano, por ejemplo, fue ungida reina del proletariado a partir del relato del dirigente obrero comunista, Ignacio Torres Giraldo, su compañero sentimental, que la mantuvo en el ostracismo y el silencio por más de treinta años por orden del estalinista y prosoviético partido Comunista colombiano que la calificó de pequeñoburguesa y aventurera por su militancia en el partido Socialista Revolucionario en los años veinte. Y ya le están preparando un homenaje al ingrato Torres.

    Los hay que lloraron la baja de Alfonso Cano, otros han dedicado horas, días y noches a seguir la “vida gloriosa” de Tirofijo o de Bateman o de Camilo el cura quien si les gustó ver metido en política e ingresando al ELN, y los que han escrito ensayos y libros con teorías sociológicas rebuscadas para justificar la lucha armada de las guerrillas colombianas.

    La historia del país cayó en manos de FECODE, epicentro de las disputas de todas las tendencias rojas que han coincidido en deseducar a varias generaciones de adolescentes con un relato simplista, negativo, generalizante y tergiversado basado en el odio de clases.

    En suma, las izquierdas controlan en amplia medida el aparato educativo público al que le han castrado o modificado su misión y su carácter académico cambiándolos por su motivación “liberadora”: se creen adalides de la revolución, del cambio social, de ser un sector cuyo deber no es con el saber científico ni con lo académico y profesional sino con la causa de los explotados y oprimidos, “con el pueblo”.

    Es lo que nos lleva a entender su insistencia obsesiva en conquistar el cogobierno de la universidad y formar comisiones permanentes para discutir e intervenir en todos los asuntos de la universidad e incluso definir con el estado el presupuesto de la educación.

    Va a ser muy difícil recuperar la universidad pública para el cumplimiento de la misión que le fue asignada por sus fundadores y reformadores liberales en 1867 y 1935.

    Darío Acevedo Carmona, 26 de noviembre de 2018

  • Confines de un movimiento universitario sin fin

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    Rectores, decanos, organismos de dirección académica, profesores, estudiantes, sindicatos de docentes y activistas políticos se pusieron de ruana el sistema universitario estatal (SUE) al impulsar un movimiento por financiación adecuada que se les salió de madre.

    Le han reclamado a quien nada tiene que ver con el faltante presupuestal lo que nunca a Juan Manuel Santos el verdadero y principal responsable del déficit. Los rectores de las 32 universidades públicas del país, los mismos que apoyaron la política pública de paz del presidente Santos, comprometiendo y violando la autonomía académica, nunca convocaron movimientos de protesta en el octenio santista aunque la desfinanciación ya estaba en su furor.

    Resulta inexplicable que los rectores no hayan tenido en cuenta las circunstancias limitantes del presidente Duque y se hayan puesto a la cabeza del movimiento como si no conocieran los incontrolables demonios que desatarían y que se hayan salido de la órbita de las funciones establecidas para cargos de tan elevada responsabilidad académica.

    Si el presidente Duque hubiera puesto el retrovisor hubiera podido responder negativamente a demandas que escapaban a sus posibilidades, sin embargo, prefirió escuchar, dialogar y negociar, así fuese parcialmente el pliego de peticiones cuyo principal punto era la asignación por decreto de 15 billones para subsanar el déficit heredado.

    El presidente Duque se reunió con el sindicato rectoral de facto y logró un acuerdo que abría margen para cumplir esa demanda en un proceso regulado y en cuatro años. El gremio de rectores se comprometió a convocar a docentes y alumnos a normalizar las actividades.

    Han transcurrido casi dos semanas de tal acuerdo y las marchas, desfiles, bloqueo de instalaciones, actos de violencia en algunos centros y radicalización prosiguen. Los rectores y directivas que complacientes e irresponsables desataron la movilización con discursos floridos creyendo que podrían retornar a clases con un simple llamado, pagan hoy el precio de su torpeza y atrevimiento: el semestre está prácticamente perdido lo cual quiere decir, aspirantes nuevos por miles no podrán iniciar estudios en enero de 2019, miles de millones de pesos se han perdido, dinero de nuestros impuestos, dilapidados, destruidos sin conmiseración, miles habrán aplazado un semestre más su graduación, etc.

    El movimiento ya tiene una duración de más de un mes y como era previsible ha caído en manos de líderes que han impuesto la lógica maximalista del “todo o nada”, en vez de hacerle caso a la voz de los rectores que los llaman a retornar a la normalidad en el entendido de que ya se obtuvo solución parcial a algunas de las necesidades presupuestales y se han creado espacios de concertación para avanzar hacia soluciones de fondo. El nefasto resultado ya se dejó sentir en seis universidades que cancelaron el semestre.

    Los maximalistas nos están demostrando que no basta la justeza y razonabilidad de la causa por una adecuada financiación de las universidades públicas, sino que dicha causa puede ser deslucida, mancillada y hasta negativizada por las posiciones a ultranza que a toda costa e irracionalmente pretenden obligar al presidente Duque a hacer lo que no le es permitido por cuanto mover recursos de un lado para otro requiere trámites complejos y el concurso de varias instancias de poder.

    Pero en este final anárquico, directivos como la rectora de la Universidad Nacional, Dolly Montoya, se ufanan de las “movilizaciones” como factor de presión, les asignan un poder adanista e insisten en reiterar su apoyo al movimiento como se puede leer en apartes de uno de sus comunicados: “Gracias a estas movilizaciones, hoy podemos decir que se han logrado acuerdos y espacios de diálogo y discusión… En este sentido, expreso mi total compromiso con la construcción de una política de Estado para la educación superior y la búsqueda conjunta de soluciones a la crisis, aportando en propuestas y apoyando la movilización y el diálogo.”

    La mano ancha de las directivas con dineros públicos llegó al punto de apoyar a los dirigentes en sus desplazamientos, asambleas y reuniones de activistas y delegados.

    Como ocurre casi siempre, este tipo de movimientos terminan convertidos en teatro experimental de la revolución, en exhibiciones de fuerza, en torneos de repetitivas retóricas, en donde sobresalen docentes eternizados en la dirección de sus gremios y sindicatos gracias en buena medida a asambleas de raquítica asistencia, y donde no faltan los que en su activismo y beligerancia de pose enmascaran su mediocridad o sus incumplimientos como profesores que al cabo de 15 0 16 años de cursar estudios de doctorado con financiación, descargas, permisos y prórrogas oficiales no han presentado su título y se hacen nombrar representantes para negociar con el alto gobierno.

    Minorías beligerantes y radicales de jóvenes adoctrinados a tempranas edades manipuladas por hábiles cuadros de estructuras orgánicas que no dan la cara, pero están detrás avivando la llama de la revolución, contribuyen, quizás sin ser conscientes, a la disolución de los denominados por el filósofo marxista francés Louis Althusser, aparatos ideológicos de dominación de clase entre los cuales el educativo es de primordial importancia.

    Darío Acevedo Carmona, 5 de noviembre de 2018