Manuel Castells, prestigioso sociólogo español publicó recientemente (octubre 10/2018) en el diario El País de España una carta “A los intelectuales del Mundo” en la que los invita a pronunciarse contra el candidato a la presidencia de Brasil Jair Bolsonaro. Afirma en ella que “Brasil está en peligro” porque “puede elegir presidente a un fascista, defensor de la dictadura militar, misógino, sexista, racista y xenófobo”.
Sostiene Castells que “Fernando Haddad… un académico respetable y moderado, candidato por el PT, un partido hoy desprestigiado por haber participado en la corrupción generalizada del sistema político brasileño” es “la única alternativa posible”. El sociólogo menciona frases de Bolsonaro que suscitan escozor y alarma en sectores de la opinión democrática para justificar que “no podemos quedarnos indiferentes”.
Advierte que lo suyo “es un caso de defensa de la humanidad, porque si Brasil, el país decisivo de América Latina, cae en manos de este deleznable y peligroso personaje, y de los poderes fácticos que lo apoyan, los hermanos Koch entre otros, nos habremos precipitado aún más bajo en la desintegración del orden moral y social del planeta a la que estamos asistiendo.”
Y termina convocando a “que cada uno haga conocer públicamente y en términos personales su petición para una activa participación en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, el 28 de octubre, y nuestro apoyo a un voto contra Bolsonaro”, divulgado “en cualquier formato que difunda nuestra protesta contra la elección del fascismo en Brasil”.
Cuando esta columna esté circulando, muy probablemente se habrá confirmado a Bolsonaro como nuevo presidente del país de habla portuguesa más grande y una de las potencias económicas del mundo. De manera que la campaña de Castells o no tuvo eco o si lo tuvo no ocasionó ninguna alteración de la tendencia a la victoria de este candidato tan mal visto.
No voy a entrar en la discusión sobre la caracterización que de Bolsonaro se hace en las carpas de la izquierda, la extrema izquierda y otras fuerzas políticas que van desde los verdes, los progres, liberales, socialdemócratas, demócratacristianos, conservadores, centristas y hasta derechistas moderados, o simplemente, como Castells, sin partido, cual de todas más alarmista. Pero me parece que descartar la amplia, voluminosa y comprobada corrupción del PT y sus expresidentes Lula Da Silva condenado y en prisión y Dilma Roussef, destituida, como factor explicativo del descontento de la ciudadanía y su búsqueda de un líder que les devuelva la esperanza, es, al menos, un ejercicio antisociológico.
Entiendo que Brasil debe ser visto como un laboratorio en el que se puede apreciar en vivo y en directo el desengaño de la población con las promesas populistas del modelo estatista del socialismo bolivariano y con la desenfrenada y cínica escalada de corrupción de quienes predican la igualdad y la justicia social mientras saquean a manos llenas el erario. Por eso sonaría más correcto decir que Brasil está en peligro desde que cayó en manos del proyecto “Foro de Sao Paulo”.
La carta de Castells es un buen ejemplo de tuertismo político puesto que no ve el papel de la corrupción petista como factor de decepción de amplios sectores de la población con el partido de los Trabajadores (PT). Y también en cuanto omite hacer referencias a la dramática situación de Venezuela y Nicaragua donde gobiernan dictatorialmente movimientos afines al PT y al Foro de Sao Paulo.
Su voz de alarma ante el peligro del triunfo de Bolsonaro suena incoherente ante el inexplicable silencio que guarda respecto de los regímenes totalitarios, represivos y autoritarios de Ortega y Maduro y desproporcionado en el sentido de que mientras quiere llamar la atención sobre algo que no ha ocurrido, deja de hacerlo respecto de la orgía de asesinatos oficiales y represión violenta que está ocurriendo y el mundo está presenciando en Nicaragua y Venezuela.
Daniel Ortega está siendo rechazado por una población cansada de sus oscuras maniobras, de su corrupción, del control de los medios, su manipulación de las cortes y la constitución para perpetuarse en el poder y que lleva a sus espaldas más de 420 ciudadanos asesinados por escuadrones de policías y de matones paramilitares.
El heredero de Chávez, Nicolás Maduro en Venezuela, esgrime como proeza haber finiquitado la destrucción de uno de los países más ricos del mundo, empobreciendo a millones de compatriotas, encarcelando a sus líderes, torturando a los opositores, apoderándose de los medios, eliminando y reprimiendo a los manifestantes. Sus muertos en las calles a manos de policías y colectivos paramilitares suman más del medio millar y centenares los encarcelados.
Castells no tiene ojos para eso y tampoco para la longeva dictadura castrista en Cuba que ha forjado su poder omnímodo en escuadrones policiales que controlan la vida cotidiana de los cubanos y encarcelan a los disidentes.
Para Fidel, Raúl, Daniel, Hugo y Nicolás no hay cartas de rechazo, ni una campaña por libertades o contra el delito de opinión y tantos otros atropellos a la dignidad y a los derechos humanos.
Darío Acevedo Carmona, 29 de octubre de 2018