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  • Contra la vulgata histórica

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    La Historia como disciplina que se estudia en las universidades desde décadas, hace tiempo dejó de ser una entretención de fines de semana, una ocupación de aficionados o un objeto de especulación de cafetines o de esquinas de barrio.

    Como cualquiera otra de las llamadas ciencias humanas, al fin de cuentas toda ciencia o disciplina es asunto de humanos, ha construido unas bases, métodos, teorías, requisitos que deben ser aprendidos por quienes quieren realizar estudios e investigaciones sobre los fenómenos, situaciones y aconteceres del pasado. A su alrededor se han constituido escuelas, tendencias, líneas relativas a la geografía, la sociedad, la cultura, la economía, la política, las ideas, desde las que se busca responder a preguntas e inquietudes del qué, dónde, cuándo, cómo, quiénes, entre otras más sofisticadas que se expresan por medio de hipótesis.

    Para abordar tal complejidad se exige una gran rigurosidad de tal manera que lo que se va a desarrollar y plasmar en escritos de diversa magnitud no sean simples ocurrencias u opiniones y que, por el contrario, cada afirmación y cada tesis sea demostrada y soportada con fundamento en fuentes creíbles.

    De otra parte, como también se da en el mundo de las ciencias y las academias, alrededor de cada disciplina se constituyen las llamadas comunidades de colegas que construyen con sus saberes los hitos y los consensos que permiten aclarar-formular hallazgos, teorías y explicaciones, como también avanzar hacia terrenos o temas no explorados o conjurar el síndrome adanista consistente en pensar que todo empieza de cero.

    Digo todo esto no solo para mostrar que la Historia, con mayúscula, es compleja y por ello ajena al sentido común, sino también, para que se entienda que ella no debe ser objeto de manipulación ideológica, política o religiosa. Sin embargo, en Colombia ya hay sectores y tendencias políticas que, no contentos con “cambiar” el presente, quieren imponer una revisión a fondo de nuestro pasado.

    En particular, me parece de suma gravedad que el presidente Petro y sus cuadros intelectuales pretendan vendernos como parte de su programa de gobierno una revisión, que, de aceptarse, derrumbaría todo lo que han publicado desde el siglo pasado juiciosos escritores, estudiosos e historiadores profesionales.

    Petro intenta, desde la investidura que le confiere el cargo de presidente, desfigurar todo lo que se ha escrito y publicado con frases que parecen más consignas de combate, como cuando en actitud simplista reduce la historia de Colombia a un relato de injusticias, de esclavitud y racismo, de exclusión y explotación, de represión, de una sociedad hecha a punta de violencia y guerra, etc., lo cual debe alarmar no solo ya a historiadores profesionales sino a la sociedad entera por cuanto se están poniendo en entredicho narrativas y símbolos que hacen parte de nuestra identidad nacional.

    En alguno de sus ensayos sobre la historia política del país, el historiador francés Daniel Pècaut (ver referencia al final), colombianista reconocido, calificó de vulgata histórica algunas afirmaciones del poeta William Ospina que afirmó que Colombia es un país de asesinos sin tomarse la molestia de cumplir con el deber de demostrar dicha frase. En la década anterior el historiador colombiano, Eduardo Posada Carbó, en un largo ensayo, escrito con rigurosidad, planteó el problema de la actitud destructiva de un sector de historiadores y de algunos intelectuales que, en actitud reduccionista y vulgarizando la historia, caracterizan a nuestro país como un país formado en la violencia permanente. Su libro, La Nación soñada (ver referencia al final), es una defensa del oficio del historiador, del buen nombre de la disciplina histórica y de denuncia de la visión fatalista de nuestra sociedad.

    Ese tipo de versiones no se limita a reducir el pasado a una frase efectista y demagógica, sino a justificar el adanismo plasmado en la idea del “Cambio”, cambio que, según el presidente Petro significa y alude a todo, pues con él nace, al fin, la democracia, La libertad, la justicia y será el fin del esclavismo, de la oligarquía y la exclusión.

    En suma, Colombia estaría ad portas de una revisión, ¿“revolución”? que hará añicos su Constitución, sus instituciones, sus valores, su modelo económico, sus avances, sus derechos. ¿Cómo lo harán? ¿Será que, como dijo Petro en uno de sus discursos, bastaría que al crimen dejemos de llamarlo crimen, para que así bajen las estadísticas y entonces, ya no habrá crímenes? y así con todo lo malo.

    La vulgar historia del presidente y su movimiento consiste en reducir el pasado a la lucha de clases, paradigma comunista hoy agotado en las ciencias sociales y humanas, eliminar las grandes diferencias entre unas épocas y otras, negar lo conquistado, los cambios, las vicisitudes, borrar momentos y personajes, inventar héroes y reducir todo a frases de cajón, sin ninguna demostración dialéctica o analítica y de fuentes.

    Darío Acevedo Carmona, 21 de mayo de 2023

    Referencias: Pécaut, Daniel. Violencia y política en Colombia: elementos de reflexión, Hombre Nuevo Editores, Bogotá, 2003.

    Posada Carbó, Eduardo. La Nación soñada, Editorial Norma, Bogotá, 2006

  • Petro amenaza la democracia colombiana

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    El presidente Petro es un gran conjugador de verbos, pero tiene una gran dificultad para hacerlo con el más importante de su misión, gobernar, para la cual fue elegido y por la cual se posesionó hace ya nueve meses. Sobresale su actividad de emular a la fanática ambientalista Greta Thunberg cuyo máximo acercamiento tuvo lugar en la Universidad de Stanford al dejar estupefactos a los asistentes, según versión de un profesor colombiano que allá enseña.

    Su tóxica e indigerible disertación, para algunos columnistas y twitteros muy cantinflesca, es el lógico resultado de acomodar, mejor, enmascarar, su idea de marxismo, muy exótica, por cierto, con la causa ambientalista. Ante el desprestigio universal del marxismo y la doctrina comunista creada por Marx y Engels, se ha desencadenado el revisionismo desaforado entre sus seguidores para no dejarse clasificar, sin dejar de serlo, mezclándose con las llamadas neoreligiones, el cambio climático, la neolengua, la poshistoria, el feminismo, el poliamor, la indiferenciación sexual, etc.

    No obstante, lo que está causando mayor preocupación en diversos sectores de la sociedad colombiana, no solo tiene que ver con el carácter desastroso de sus proyectos de reforma pensional, de tierras, de la salud, el Plan Nacional de Desarrollo y del trabajo, sino con su reacción de furia y desespero ante los debates críticos y modificatorios por parte de la oposición e incluso de socios del Pacto Histórico.

    El tono de sus discursos es alarmante, pues, así como amenaza con un nuevo “estallido social como el de 2021”, el cual fue un auténtico ensayo insurreccional, también lo hace con la idea  de convocar una asamblea constituyente y llamar a la expropiación exprés de tierras y bienes con el fin de financiar su reforma agraria basada en el minifundio.

    Petro no habla de “revolución” aunque en esencia es hacia donde conduce el país, prefiere hablar del “cambio”, acatando, a lo mejor, a sus consejeros que le deben advertir del alto costo de su imagen si usa esa palabra tan desprestigiada. Su política de “cambio” es radical e irrespetuosa de los límites que le impone la democracia que, orondo niega. Para Petro, las líneas rojas son caprichosas, formalidades u obstáculos esgrimidos por la “oligarquía”, otra de las palabrejas que adorna su neo vocabulario. No es que no entienda que la democracia está cimentada en formalidades y procedimientos, es que no las admite y le fastidia el llamado a respetarlas,

    El problema con Petro no es que desconozca o ignore el modelo que se inspira en la separación de los tres grandes poderes públicos propio de las repúblicas contemporáneas, es que él actúa en consecuencia con su pulsión revolucionaria y considera esos principios como obstáculos que impiden el “cambio”.

    Esa manera de pensar y actuar deriva, necesariamente, en la anulación de la función deliberante del congreso. Función que el practicó a sus anchas y gozando de todas las garantías en su larga trayectoria de congresista. Así mismo procedió desde España ante uno de los altos magistrados del poder judicial, el Fiscal General declarando que es su jefe.

    Petro conoce que los tres poderes concurren e interactúan en la formación de las leyes, que es lo que conocemos como el equilibrio, la interacción y el sistema de contrapesos establecido en nuestra constitución política.

    Y como sus amenazas no son fruto de su ignorancia, no hay otra explicación de que lo suyo es un atropello al orden establecido. De manera que el despelote político y económico que está causando está en línea con su ideología comunista posmoderna y con el programa del Foro de Sao Paulo que, indefectiblemente, deriva en el autoritarismo, cuando no en la dictadura y la pauperización de la población.

    De contera, en su rol amenazador, Petro llama a la formación de guardias sectoriales como la campesina, adueñándose de ser el representante de los campesinos de Colombia y haciendo a un lado otro principio constitucional, a saber, que el presidente es el representante de la nación y ha de gobernar según los intereses de ella y no de uno o unos sectores designados a capricho o por interés revolucionario.

    Colombia no ha tenido un día, semana ni mes de pausa desde que Petro asumió la presidencia, no falta el escándalo, el susto, el peligro, el daño que deja una estela de desesperanza y pesimismo en los hogares. Su insostenible propuesta de eliminar la exploración de gas, carbón y petróleo dizque para salvar a la humanidad de su desaparición, se queda sin piso al asumir funciones de canciller de la dictadura de Maduro con el claro objetivo de que pueda volver a comerciar petróleo con el mundo libre.

    Si hubiere un espejo en el cual mirar el camino al abismo hacia el que Petro conduce a la nación, nada más parecido que el de las dictaduras de Nicaragua, Venezuela y Cuba, cuyos tiranos carecen de toda vergüenza para coartar las libertades, anular la democracia y empobrecer a las gentes en el marco de una retórica del odio de clases, de revisión del pasado y de reclamarse representante del “pueblo”.

     

    Darío Acevedo Carmona, 7 de mayo de 2023