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  • La destrucción del relato fundacional y la historia

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    El proyecto del Foro de Sao Paulo al que aludí en columna anterior, orienta a sus integrantes a revisar las versiones históricas de carácter fundacional de sus países. Por historia o relato fundacional, entendemos algo que todo país y nación poseen, un conjunto de elaboraciones míticas y rituales que procuran establecer y afirmar lo que hay de común en sentido identitario a una población.

    Ahí encontramos personajes reales específicos, acontecimientos heroicos, fechas de especial significación y recordación, símbolos como la bandera, el escudo y el himno nacional cuyas notas y letras son específicas, distintivas en cada país. En general, estos elementos no están sujetos al debate, pues no se cambia de nacionalidad de manera caprichosa como no se cambia de familia ni de lugar de nacimiento. Como afirmó el filósofo francés Ernest Renán, la nación es una historia común, es un sentimiento, es un alma, un principio espiritual, un rico legado en recuerdos, un deseo de vivir juntos, la voluntad de continuar haciendo valer la herencia que se ha recibido indivisa, es la consecuencia de un largo pasado de esfuerzos, de sacrificios y de desvelos. El reconocimiento a los antepasados nos ha hecho lo que somos. Algunos la llaman historia patria o cívica y se educa a los niños desde la temprana infancia en la escuela primaria.

    Esa historia es diferente a la historia académica que requiere una formación profesional o una dedicación profunda de parte de personas con algún grado de preparación. En las universidades del mundo se otorga grado universitario básico, de magíster y de doctorado.

    Esta es una disciplina de las ciencias humanas que se caracteriza, entre otras cosas, por su dinamismo, por estar sujeta a contrastación, constatación y por supuesto a debate. La especulación en ella está reglada por requisitos establecidos en el campo disciplinar y siempre sus productos en tesis, libros o ensayos deben estar soportados en fuentes y elaborados en un estilo dialéctico, demostrativo. También se basa en hechos, fechas, lugares, personajes, sociedades y países.

    Dicho esto, que no es, ni de cerca, todo lo que se ha dicho al respecto, a donde quiero llegar es a mostrar el atropello que, desde distintas corrientes de izquierda, de inspiración marxista, y hoy en día desde el gobierno de Gustavo Petro, se pretende imponer al revisar, cuestionar y hasta destrozar tanto nuestra historia fundacional como la naturaleza abierta y científica de la historia académica.

    El primer gran pecado o absurdo cognitivo del marxismo radica en pretender mirar y entender el pasado a la luz del paradigma de la lucha de clases. No hay duda sobre la gran influencia de distintas formas de entender el marxismo entre la comunidad de historiadores colombianos e incluso de otros países. En ese manantial beben los que cometen la arbitrariedad reduccionista de referirse al pasado para plantear una revisión moralista de lo sucedido décadas y siglos atrás para concluir en la consigna de la deuda histórica. Recordemos el discurso de Petro sobre ese asunto en España. Una actitud anacrónica pues busca aplicar a otras épocas ideas, valores y principios de creación y aceptación reciente.

    El presidente Petro, que no es, ni de lejos, mucho menos de cerca, un historiador, omitiendo que su voz tiene carácter oficial, algo que él parece no haber entendido, ha lanzado tesis asombrosas por desquiciadas que terminan borrando las profundas diferencias entre los tiempos, de ahí que sigamos siendo “esclavistas”, que la independencia fue obra de una “oligarquía”, que la violencia liberal conservadora fue motivada por el tema de la propiedad de la tierra, su negacionismo de una de las más grandes evidencias de crímenes incomparables por su crueldad como lo fue el holocausto judío, abuso que conduce a revictimizar al pueblo judío.

    Petro y su élite asesora no pierden ocasión para causar estropicios tanto al relato fundacional, es decir, a nuestros sentimientos comunes de identidad, como para fungir de historiadores académicos y lucir galas en sus mediocres, simplistas y absurdos discursos ante públicos respetables. Ellos no entienden o no lo quieren aceptar que, al proceder de esa forma, están creando verdades oficiales propias de regímenes dictatoriales.

    Y ahí sí nos tenemos que remitir a la historia reciente de dictaduras comunistas que se caracterizan por establecer verdades oficiales que circulan como dogmas inobjetables, desde los cuales se justifica borrar personas y hechos, se recrean o inventan otros, se crean nuevos héroes y algunos hechos son magnificados para deslumbrar y suscitar odios y falsos hitos. Stalin, p.e. borró a Trotsky, a Bujarin y a otros dirigentes bolcheviques de la historia de la revolución rusa de 1917. Fidel Castro hizo lo mismo con decenas de intelectuales, empresarios y escritores que fueron encarcelados o tuvieron que huir de la persecución por sus opiniones. Acá en Colombia, nos quieren hacer creer que el surgimiento de las guerrillas fue causado por la exclusión de la dictadura del Frente Nacional y no como expresión de proyectos políticos influenciados por experiencias revolucionarias comunistas de distintos centros de poder como la URSS, China y Cuba.

    Temas de gran trascendencia a los que prestamos poca atención. Nos voltean la bandera al revés en la cara y nos quedamos impávidos

    Darío Acevedo Carmona, 10 de diciembre de 2023

  • Colombia en demolición

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    En medio de la tragedia que vivimos los colombianos reconforta que estemos despertando del letargo y sacudiéndonos de falsas expectativas con respecto al gobierno de Gustavo Petro, no solo por lo que dicen las encuestas sino también por el ingenio popular para hacer sentir su descontento desde los estadios, los eventos multitudinarios, las reuniones, y otros espacios.

    La porfía de este presidente que, en mala hora llegó al palacio de Nariño, parece no tener límites. Ha sido manifiesta en múltiples acciones, medidas, proyectos y declaraciones que, para muchos, es una demostración de locura propia de un iluminado que ya no solo quiere “salvar” a Colombia sino al mundo. Aunque algo de ello es real, no podemos contentarnos con ese diagnóstico que se revela insuficiente.

    No voy a mencionar una vez más lo que muchos comentaristas ya han dejado en claro acerca del proceder de quien se ha aliado con sectores de la casta política enemiga, se ha aprovechado de sus mayorías en la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes para evadir el juicio que se merece por hechos de corrupción mencionados por su hermano, uno de sus hijos y su jefe de campaña, Armando Benedetti. Por los dineros encaletados con suicidado de por medio y rehabilitación de la funcionaria comprometida en esas maniobras. Tampoco es necesario hablar de sus ausencias que han dado lugar a cartas como la enviada por María Jimena Duzán.

    Son muchas las aberraciones, abusos de poder y arbitrariedades en que ha incurrido y son de tal calado que, amerita el juicio político de destitución. Pero ¿qué es lo que representa este personaje con ínfulas de líder mundial de la causa del combate al cambio climático? No basta decir “es un lunático”, o un “sicópata” o “un corrupto” o que tiene adicciones como algunos han afirmado.

    Petro es ante todo un líder en el campo de la izquierda marxista, de esos que no se quieren etiquetar como tal y por ello se asume cual profeta del desastre de la humanidad culpando a los países imperialistas y los ricos del planeta.

    Petro es el portaestandarte en Colombia del proyecto estatista y socializante del Foro de Sao Paulo, forjado por Fidel Castro y Luis Ignacio Lula Da Silva en los años noventa como alternativa latinoamericana al desastre del comunismo.

    Por tanto y por ello, debemos entender que Petro es una ficha, relevante, de ese proyecto en Colombia, el cual señalaba la vía democrática y electoral en la lucha el poder e iniciar desde ahí una paulatina o acelerada, según las condiciones, demolición del viejo orden, la institucionalidad, de concentración del poder con amaños y fraudes electorales, de dividir o fracturar el campo enemigo, de estatizar la economía.

    Esa película la estamos viendo con diversos niveles de logros y momentos, en Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Brasil, Argentina, México y ahora Colombia.

    Sus líderes dominan la teoría leninista del poder. Entienden que las fuerzas armadas son el sostén de los regímenes imperantes y temen ver malogrado su ascenso por golpes de estado, aunque utilizan como ventaja que hoy en día no son viables por razones geopolíticas. Ponen en marcha medidas para anular cualquier posibilidad de levantamientos armados en su contra, lo hacen promoviendo su debilitamiento a través de medidas desmoralizantes, también de la decapitación de los mandos más capacitados y de mayor liderazgo o si se quiere, de la corrupción rampante como ha ocurrido en Venezuela.

    Petro ha contado con Iván Velásquez, un personaje funesto pero eficaz en la misión de humillar las Fuerzas Armadas no solo en su combate a los grupos armados irregulares, sino llamando a calificar servicios a varias decenas de altos oficiales, ganando el favor de oficiales incondicionales como el director de la Policía y el del Ejército, con su proyecto de “paz Total” y con los primeros ensayos de adoctrinamiento con sus discursos ofensivos y atizadores del odio de clases cuando les habla a las tropas.

    No es que sea un loco a secas, un corrupto o un inepto, de lo que ya nos ha dado pruebas, sino que es el agente de un proyecto revolucionario con el que está adelantando, contra viento y marea, la tarea de demolición del estado, de la economía, de la institucionalidad, de la separación de poderes, y, abriéndoles espacios al Eln, a las neo Farc, a grupos criminales, al designar gestores de paz a comandantes del antiguo paramilitarismo y financiar a jóvenes para que no maten, que más tarde podrían ser usados en estructuras paramilitares revolucionarias. Trata de controlar ideológicamente la educación, de hacer ensayos de estatización de empresas, de empobrecer a la clase media en el marco de su teoría del decrecimiento y de quebrantar la política exterior del país. En suma, arrasar todo lo “viejo”, cosa que en otras palabras significa, hacer una revolución.

    Darío Acevedo Carmona, 3 de diciembre de 2023