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gobierno petro

  • La corrupción no conoce linderos de clase o tendencia política

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    No hay razón válida ya sea para estigmatizar per se a una determinada corriente política o a una clase o sector social o para autodefinirse de impoluto por una u otra condición. Con esto quiero decir que cada situación de corrupción pública en la que se vean comprometidos un gobierno o un partido político, debe ser valorada usando la mayor precisión y concreción.

    En un artículo sobre la corrupción del actual gobierno español que leí en las redes por estos días, observé que el comentarista se refería al contraste del gobierno de Pedro Sánchez, sumido en varios escándalos de inmoralidad en el manejo de recursos del erario en que están involucrados familiares y miembros  de su partido y de otros de la coalición, con respecto a la corrección que caracterizó el ejercicio gubernamental de Felipe González y el Partido Socialista Obrero Español.

    Viene a mi memoria una declaración que se le atribuyó a Carlos Gaviria Díaz durante su campaña presidencial en el 2006 cuando habría afirmado que ser de izquierda era incompatible con ser corrupto y que quien lo fuere, entonces, no podía ser de izquierda. En otras palabras, la izquierda es inmaculada y en sí misma, impoluta porque en su filosofía prima la idea del altruismo y no la del egoísmo que subyace en la derecha y en el sistema capitalista, lo cual nos llevaría al exabrupto de igualar un delito con una actividad económica de toda la existencia humana de la que se obtienen ganancias a través de la producción y el intercambio.

    Quisiera pues insistir en la idea de que la corrupción en el manejo de los bienes y riquezas públicas, en el otorgamiento de contratos y en el nombramiento de cargos de responsabilidad, es asunto en el que pueden incurrir dolosamente gobiernos y partidos de cualquier tendencia.

    En la historia mundial encontramos ejemplos de regímenes y gobiernos que siendo dictatoriales y represivos o democrático-liberales, no cayeron en la tentación de la corrupción. Nadie podría, por ejemplo señalar de acciones corruptas por parte Lenin, Stalin, o de Churchil y F. D. Roosevelt, aunque sí de gobernantes como Fidel Castro y sus hijos, Hugo Chávez, Maduro, Cabello, Lula, Color de Melo, y una buena tanda de dictadores procapitalistas latinoamericanos.

    ¿Por qué estas reflexiones y qué tan útiles pueden ser para referirnos al gobierno de Gustavo Petro? La razón está a la vista y es potente e incuestionable, el gobierno que él preside, las decisiones que él ha tomado y lo que ha sucedido tienen el signo de la corrupción: nombramientos de altos cargos sin cumplimiento de requisitos, de ministros involucrados en manejo indelicado de recursos del erario, trampas, engaños, “mermelada”, maletines repletos de dinero, ministros, familiares, entre otros, que dan para calificar su gestión como envuelta en casos de corrupción en grado superlativo.

    Aunque lentamente en algunos episodios, los órganos judiciales y de control avanzan en investigaciones que arrojan luces sobre el carácter abrumador del fenómeno delincuencial. De poco le ha servido al gobierno y a sus apoyos en el Congreso a manera de disculpa cada vez más desgastada, relacionar el problema con lo ocurrido en anteriores gobiernos tratando de justificar y evadir su propia responsabilidad

    Además del daño a la sociedad, a las instituciones, a la convivencia, a la imagen de la política, la corrupción del gobierno Petro ha extendido sus efectos perversos de destrucción a los distintos movimientos que hacen parte de la coalición oficialista del Pacto Histórico que a pesar de la evidencia del mal, sostienen su apoyo y lealtad con el mandatario como si para sus líderes fuera lo mismo ser corrupto que ser empresario o en versión de cinismo puro y duro, como si ser revolucionario, de izquierdas y o comunistas constituyera una patente de corso para hacer y deshacer a su antojo puesto que de lo que trataría una revolución es de demoler todo el sistema o el edificio de la vieja sociedad esclavizante, tan malo, que nada de él es salvable.

    Las implicaciones para la gobernabilidad del presidente Petro son desastrosas en cuanto ese orden y esa institucionalidad que atropellan y se proponen demoler es el de una democracia que, entre otras cosas, le permitió a él y a sus aliados alcanzar el gobierno por la vía democrática de las elecciones.

    En síntesis Petro y sus amigos y aliados, quizás en un alarde de poder y egoísmo, están haciendo esfuerzos para hacer ver a la izquierda colombiana como una fuerza corrupta, arribista y egoísta, algo que no fueron Lucho Garzón ni Angelino Garzón ni muchos otros líderes y académicos y gentes del común.

    Darío Acevedo Carmona, 8 de junio de 2025

  • ¿Y ahora, qué vamos a hacer?

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    Este si es el atraco del siglo con el que una dictadura corrupta, sanguinaria y liberticida, nos demuestra a quienes defendemos el sistema democrático que somos víctimas de una idea que cree a ciegas que la única salida posible para derrocar a una dictadura de la calaña de Maduro-Cabello-Padrino es a través de elecciones.  Se presupone que la vía electoral, es decir, la democrática, debe ser pacífica.

    Nadie les ha reprochado a nuestros héroes de la independencia haber tenido que apelar a las armas y a la guerra para obtener la independencia y, en la mayoría de los países haber optado por el republicanismo, la democracia y las libertades individuales.

    No quisiera que el recurso a esta experiencia histórica sea interpretado como un axioma o un dogma, como tampoco debemos tomarlo al renunciar por siempre y en toda ocasión al levantamiento armado, a la rebelión contra una tiranía.

    En tal equívoco subyace, en buena medida, la ventaja que los sátrapas, estilo Maduro, Castro u Ortega, les llevan a sus opositores. ¿Qué métodos y con qué espíritu combativo no ha actuado la oposición venezolana contra la opresión? Y a pesar de sus denodados esfuerzos no han podido coronar su lucha.

    En la historia mundial de las últimas décadas hemos presenciado experiencias sorprendentes, casi increíbles, como por ejemplo, el derrumbe de la dictadura soviética en la antigua URSS provocada por su propia inoperancia interna o desgaste institucional, Un poco más de setenta años estuvo vigente sin que el pueblo o las masas u otra entidad llegara a ser artífice del monumental desastre. Casos como la derrota de tiranos como Hitler y Mussolini como resultado de la guerra, o, como el derrumbe del odioso y en apariencia indestructible Muro de Berlín ante una noticia equivocada por un vocero oficial. No debemos omitir mención a la caída del dictador rumano Nicolae Ceasescu depuesto por una manifestación convocada por él mismo que irrumpió en el palacio de gobierno, lo puso preso y luego lo condenó a muerte.

    Es decir, no hay una sola fórmula o vía o método para derrocar a dictadores, y, en tal sentido, podríamos decir que los cubanos, los nicaragüenses y los venezolanos, no han podido encontrar o forjar un camino hacia la libertad, pero, renunciar, per se, al levantamiento armado, es decir a la rebelión y de ser necesario encarar el desafío de una guerra civil, no es aconsejable. Hacerlo es otorgarle al dictador la ventaja de ejercer el terror, la represión y la corrupción. para mantenerse en el poder.

    ¿Qué hacer? se preguntaba Lenin, el líder bolchevique en el debate que las corrientes antizaristas y entre ellas las comunistas, estaban adelantando para derrotar ese régimen e instaurar la democracia liberal. Lenin recomendó a su partido la fórmula de la combinación de todas las formas de lucha: la lucha electoral, las huelgas, las movilizaciones de masas, pero, sin renunciar al uso de las armas. Dicha orientación no significaba la renuncia a la lucha armada y de allí concluyó, en medio de la derrota zarista en la Primera Guerra Mundial la necesidad de convertirla en guerra civil bajo la dirección de los comunistas.

    El comunista italiano Antonio Gramsci por la época de Lenin, lanzó una variante a dicha estrategia que, como podrá constatar cualquier persona medianamente informada de la historia del siglo XX, se entrelazó con la leninista en años recientes, sobre todo después de la caída del comunismo soviético y el fracaso del socialismo en China. Se trata de la Guerra Cultural consistente en penetrar e influir, no obstante su carácter lento, a las instituciones de los regímenes burgueses capitalistas, fuesen democráticos o no. Eso quería indicar que tal infiltración debía realizarse en el aparato educativo para instaurar la verdad revolucionaria cambiando el fundacional y tradicional relato histórico, también a las fuerzas armadas, al aparato judicial, al congreso o aparato legislativo, a los partidos burgueses, al clero, en una labor dispendiosa pero no siempre metódica que debía o podía desembocar en el triunfo de los comunistas, aun cambiándose el nombre y a través de las elecciones de la “odiada democracia burguesa”.

    Todo ello ha sido puesto en acción, en particular y con mayor fuerza, por la estrategia formulada en el Foro de Sao Paulo por los líderes comunistas Fidel Castro y Luis Inacio Lula Da Silva, entre otros, después del desastre comunista de los años noventa del siglo pasado. Entre sus novedades son destacables estas consignas y acciones: unir disímiles tendencias revolucionarias de la izquierda latinoamericana, adueñarse del movimiento de los Derechos Humanos,  deconstrucción del relato histórico, participar en elecciones, defender la democracia, anular la resistencia de los militares por medio de coimas, ascensos y castigos ejemplarizantes, comprometer al alto clero, estimular movimientos que contribuyan a la disolver las "patriarcales costumbres" burguesas como el proyecto Woke, el feminismo, el matrimonio homosexual, la disolución de la familia, establecer derechos incumplibles, apelando a sus estructuras de combate: milicias, primeras líneas, guerrillas, colectivos, abriendo las puertas a la corrupción  y el delito, etc.

    Ellos lo han hecho y han alcanzado éxitos en sus pretensiones de encubrir lo que realmente buscan: acceder al poder, ejercerlo de manera permanente, cambiar la constitución, establecer la gratuidad total, abolir la libertad de prensa, la propiedad privada, etc.

    Es decir, ellos, los Chávez, Lula, Ortega, Correa, Kirchner, López Obrador, los Petro, los Evo y otros más, conquistaron el poder para destruir las instituciones valiéndose de ellas.

    Me pregunto si ¿no ha llegado la hora de hacer lo inverso, algo parecido desde la defensa de la democracia, las libertades, la propiedad privada, el emprendimiento, el capitalismo, la educación, los derechos humanos, el llamado a las Fuerzas Armadas en defensa de la democracia y por su restablecimiento, ir a elecciones, etc., infiltrándolos a ellos, a sus nuevos aparatos y desoxidando el no inmoral recurso a la rebelión y a las armas de ser necesario?

    Darío Acevedo Carmona, 29 de julio de 2024