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  • Confines de un movimiento universitario sin fin

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    Rectores, decanos, organismos de dirección académica, profesores, estudiantes, sindicatos de docentes y activistas políticos se pusieron de ruana el sistema universitario estatal (SUE) al impulsar un movimiento por financiación adecuada que se les salió de madre.

    Le han reclamado a quien nada tiene que ver con el faltante presupuestal lo que nunca a Juan Manuel Santos el verdadero y principal responsable del déficit. Los rectores de las 32 universidades públicas del país, los mismos que apoyaron la política pública de paz del presidente Santos, comprometiendo y violando la autonomía académica, nunca convocaron movimientos de protesta en el octenio santista aunque la desfinanciación ya estaba en su furor.

    Resulta inexplicable que los rectores no hayan tenido en cuenta las circunstancias limitantes del presidente Duque y se hayan puesto a la cabeza del movimiento como si no conocieran los incontrolables demonios que desatarían y que se hayan salido de la órbita de las funciones establecidas para cargos de tan elevada responsabilidad académica.

    Si el presidente Duque hubiera puesto el retrovisor hubiera podido responder negativamente a demandas que escapaban a sus posibilidades, sin embargo, prefirió escuchar, dialogar y negociar, así fuese parcialmente el pliego de peticiones cuyo principal punto era la asignación por decreto de 15 billones para subsanar el déficit heredado.

    El presidente Duque se reunió con el sindicato rectoral de facto y logró un acuerdo que abría margen para cumplir esa demanda en un proceso regulado y en cuatro años. El gremio de rectores se comprometió a convocar a docentes y alumnos a normalizar las actividades.

    Han transcurrido casi dos semanas de tal acuerdo y las marchas, desfiles, bloqueo de instalaciones, actos de violencia en algunos centros y radicalización prosiguen. Los rectores y directivas que complacientes e irresponsables desataron la movilización con discursos floridos creyendo que podrían retornar a clases con un simple llamado, pagan hoy el precio de su torpeza y atrevimiento: el semestre está prácticamente perdido lo cual quiere decir, aspirantes nuevos por miles no podrán iniciar estudios en enero de 2019, miles de millones de pesos se han perdido, dinero de nuestros impuestos, dilapidados, destruidos sin conmiseración, miles habrán aplazado un semestre más su graduación, etc.

    El movimiento ya tiene una duración de más de un mes y como era previsible ha caído en manos de líderes que han impuesto la lógica maximalista del “todo o nada”, en vez de hacerle caso a la voz de los rectores que los llaman a retornar a la normalidad en el entendido de que ya se obtuvo solución parcial a algunas de las necesidades presupuestales y se han creado espacios de concertación para avanzar hacia soluciones de fondo. El nefasto resultado ya se dejó sentir en seis universidades que cancelaron el semestre.

    Los maximalistas nos están demostrando que no basta la justeza y razonabilidad de la causa por una adecuada financiación de las universidades públicas, sino que dicha causa puede ser deslucida, mancillada y hasta negativizada por las posiciones a ultranza que a toda costa e irracionalmente pretenden obligar al presidente Duque a hacer lo que no le es permitido por cuanto mover recursos de un lado para otro requiere trámites complejos y el concurso de varias instancias de poder.

    Pero en este final anárquico, directivos como la rectora de la Universidad Nacional, Dolly Montoya, se ufanan de las “movilizaciones” como factor de presión, les asignan un poder adanista e insisten en reiterar su apoyo al movimiento como se puede leer en apartes de uno de sus comunicados: “Gracias a estas movilizaciones, hoy podemos decir que se han logrado acuerdos y espacios de diálogo y discusión… En este sentido, expreso mi total compromiso con la construcción de una política de Estado para la educación superior y la búsqueda conjunta de soluciones a la crisis, aportando en propuestas y apoyando la movilización y el diálogo.”

    La mano ancha de las directivas con dineros públicos llegó al punto de apoyar a los dirigentes en sus desplazamientos, asambleas y reuniones de activistas y delegados.

    Como ocurre casi siempre, este tipo de movimientos terminan convertidos en teatro experimental de la revolución, en exhibiciones de fuerza, en torneos de repetitivas retóricas, en donde sobresalen docentes eternizados en la dirección de sus gremios y sindicatos gracias en buena medida a asambleas de raquítica asistencia, y donde no faltan los que en su activismo y beligerancia de pose enmascaran su mediocridad o sus incumplimientos como profesores que al cabo de 15 0 16 años de cursar estudios de doctorado con financiación, descargas, permisos y prórrogas oficiales no han presentado su título y se hacen nombrar representantes para negociar con el alto gobierno.

    Minorías beligerantes y radicales de jóvenes adoctrinados a tempranas edades manipuladas por hábiles cuadros de estructuras orgánicas que no dan la cara, pero están detrás avivando la llama de la revolución, contribuyen, quizás sin ser conscientes, a la disolución de los denominados por el filósofo marxista francés Louis Althusser, aparatos ideológicos de dominación de clase entre los cuales el educativo es de primordial importancia.

    Darío Acevedo Carmona, 5 de noviembre de 2018

  • Brasil bajo el ojo tuerto del sociólogo Manuel Castells

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    Manuel Castells, prestigioso sociólogo español publicó recientemente (octubre 10/2018) en el diario El País de España una carta “A los intelectuales del Mundo” en la que los invita a pronunciarse contra el candidato a la presidencia de Brasil Jair Bolsonaro. Afirma en ella que “Brasil está en peligro” porque “puede elegir presidente a un fascista, defensor de la dictadura militar, misógino, sexista, racista y xenófobo”.

    Sostiene Castells que “Fernando Haddad… un académico respetable y moderado, candidato por el PT, un partido hoy desprestigiado por haber participado en la corrupción generalizada del sistema político brasileño” es “la única alternativa posible”. El sociólogo menciona frases de Bolsonaro que suscitan escozor y alarma en sectores de la opinión democrática para justificar que “no podemos quedarnos indiferentes”.

    Advierte que lo suyo “es un caso de defensa de la humanidad, porque si Brasil, el país decisivo de América Latina, cae en manos de este deleznable y peligroso personaje, y de los poderes fácticos que lo apoyan, los hermanos Koch entre otros, nos habremos precipitado aún más bajo en la desintegración del orden moral y social del planeta a la que estamos asistiendo.”

    Y termina convocando a “que cada uno haga conocer públicamente y en términos personales su petición para una activa participación en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, el 28 de octubre, y nuestro apoyo a un voto contra Bolsonaro”, divulgado “en cualquier formato que difunda nuestra protesta contra la elección del fascismo en Brasil”.

    Cuando esta columna esté circulando, muy probablemente se habrá confirmado a Bolsonaro como nuevo presidente del país de habla portuguesa más grande y una de las potencias económicas del mundo. De manera que la campaña de Castells o no tuvo eco o si lo tuvo no ocasionó ninguna alteración de la tendencia a la victoria de este candidato tan mal visto.

    No voy a entrar en la discusión sobre la caracterización que de Bolsonaro se hace en las carpas de la izquierda, la extrema izquierda y otras fuerzas políticas que van desde los verdes, los progres, liberales, socialdemócratas, demócratacristianos, conservadores, centristas y hasta derechistas moderados, o simplemente, como Castells, sin partido, cual de todas más alarmista. Pero me parece que descartar la amplia, voluminosa y comprobada corrupción del PT y sus expresidentes Lula Da Silva condenado y en prisión y Dilma Roussef, destituida, como factor explicativo del descontento de la ciudadanía y su búsqueda de un líder que les devuelva la esperanza, es, al menos, un ejercicio antisociológico.

    Entiendo que Brasil debe ser visto como un laboratorio en el que se puede apreciar en vivo y en directo el desengaño de la población con las promesas populistas del modelo estatista del socialismo bolivariano y con la desenfrenada y cínica escalada de corrupción de quienes predican la igualdad y la justicia social mientras saquean a manos llenas el erario. Por eso sonaría más correcto decir que Brasil está en peligro desde que cayó en manos del proyecto “Foro de Sao Paulo”.

    La carta de Castells es un buen ejemplo de tuertismo político puesto que no ve el papel de la corrupción petista como factor de decepción de amplios sectores de la población con el partido de los Trabajadores (PT). Y también en cuanto omite hacer referencias a la dramática situación de Venezuela y Nicaragua donde gobiernan dictatorialmente movimientos afines al PT y al Foro de Sao Paulo.

    Su voz de alarma ante el peligro del triunfo de Bolsonaro suena incoherente ante el inexplicable silencio que guarda respecto de los regímenes totalitarios, represivos y autoritarios de Ortega y Maduro y desproporcionado en el sentido de que mientras quiere llamar la atención sobre algo que no ha ocurrido, deja de hacerlo respecto de la orgía de asesinatos oficiales y represión violenta que está ocurriendo y el mundo está presenciando en Nicaragua y Venezuela.

    Daniel Ortega está siendo rechazado por una población cansada de sus oscuras maniobras, de su corrupción, del control de los medios, su manipulación de las cortes y la constitución para perpetuarse en el poder y que lleva a sus espaldas más de 420 ciudadanos asesinados por escuadrones de policías y de matones paramilitares.

    El heredero de Chávez, Nicolás Maduro en Venezuela, esgrime como proeza haber finiquitado la destrucción de uno de los países más ricos del mundo, empobreciendo a millones de compatriotas, encarcelando a sus líderes, torturando a los opositores, apoderándose de los medios, eliminando y reprimiendo a los manifestantes. Sus muertos en las calles a manos de policías y colectivos paramilitares suman más del medio millar y centenares los encarcelados.

    Castells no tiene ojos para eso y tampoco para la longeva dictadura castrista en Cuba que ha forjado su poder omnímodo en escuadrones policiales que controlan la vida cotidiana de los cubanos y encarcelan a los disidentes.

    Para Fidel, Raúl, Daniel, Hugo y Nicolás no hay cartas de rechazo, ni una campaña por libertades o contra el delito de opinión y tantos otros atropellos a la dignidad y a los derechos humanos.

    Darío Acevedo Carmona, 29 de octubre de 2018