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  • La verdad como moneda de cambio

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    ¿Qué tipo de verdad o verdades esperamos dilucidar sobre lo ocurrido durante el conflicto armado interno? ¿Es posible, como se ha dado en otros conflictos, explicarlo o reducirlo a una sola y definitiva versión?, ¿memoria y verdad son lo mismo?

    Estas son unas cuantas preguntas de las muchas que podríamos formular en los debates sobre la verdad buscada y no hallada, relativas a la violencia política que hemos sufrido en las últimas seis décadas en Colombia.

    Sugiero reconocer de entrada que, a pesar de los numerosísimos estudios e investigaciones publicadas, no ha sido posible arribar a una única verdad, a una gran verdad o versión, que dé cuenta de todo lo sucedido. Habría que aceptar, también, que el profundo desgaste de los paradigmas que desde las ciencias sociales se usaban para el análisis de conflictos y fenómenos sociales influye en dicha incapacidad.

    Pero, no es solo la herramienta teórico-metodológica la que es insuficiente para generar un consenso interpretativo sobre la violencia política. La nueva historia francesa desde los trabajos de Marc Bloch y Lucien Febvre, fundadores de la Escuela de los Annales, condujo la disciplina a nuevos umbrales, por ejemplo, al reconocimiento del carácter profundo de los fenómenos sociales anclados en la economía, la cultura y la vida material, y, más allá, a nuevos horizontes como el estudio de las mentalidades (formas de comportamiento, usos y rituales religiosos y cívicos) y a una historia compleja que rebasa, sin anularlos, el estudio sobre el acontecimiento o los hechos.

    Desde entonces, la verdad en sentido histórico, alude tanto al hecho o acontecimiento, a lo sucedido en un lugar, en un tiempo específico, de unas maneras y con intervención de personas o entidades, como al más difícil, consistente en interpretar un conjunto de hechos que pueden dar lugar a identificar tendencias, relaciones, orígenes, consecuencias y, en suma,  a su caracterización, soportadas en documentos y fuentes confiables. Esa es la forma de abordar la verdad histórica, más como explicación loable, demostrable, que se puede mirar como una constatación o una certidumbre que, no obstante ser compartida por una comunidad académica, está abierta al debate y a la controversia.

    Por otra parte, el tema de la verdad del acontecimiento no requiere tanto e incluso puede no requerir, de un arsenal teórico, porque lo que se busca es aclarar o responder a preguntas del tenor: qué, quién, cuándo, cómo, dónde, las que aplicadas al conflicto armado colombiano, conduce a la precisión de lo sucedido, de los actores responsables, de las víctimas, de la tipología de delitos, de los daños materiales y espirituales, de la pérdida de seres queridos, etc.

    Esto lo podríamos llamar, para efectos de mejor comprensión, la verdad jurídica, la que le sirve, en casos de violencia política o delincuencial, a un juez para fijar una sentencia. Alrededor de este tipo de verdades se ha desarrollado una intensa puja entre diversos sectores políticos, que ha terminado por dar a entender que esta es la verdad de verdades.

    Se desconoce así, que, el hecho incontrastable de no estar ante una guerra civil sino de confrontaciones entre número plural de grupos armados irregulares: guerrillas de diversa inspiración, paramilitares sin unidad de mando y fuerza pública, que todos esas estructuras, legales e ilegales dejaron en el camino la muerte y el sufrimiento de millones de personas y miles de familias, a comunidades, a campesinos y hacendados a sindicalistas y empresarios, a religiosos, a maestros, a agentes del estado, etc., cada uno de los cuales tiene un relato de su experiencia, que es lo que conocemos como memoria.

    Necesariamente, lo que narran esas personas o comunidades es lo que llamamos memoria, no es ni siquiera o siempre el relato jurídico del crimen sufrido, porque cada cual recordará lo que sintió, lo que aún recuerda, lo que perdió, sus vivencias, su drama, que, en todo caso, será muy diferente en cada víctima o grupo de víctimas, y por eso hablamos de memorias diversas y plurales según las circunstancias y actores que intervinieron.

    Procede entonces, aunque es difícil que los agentes políticos lo admitan, aceptar la pluralidad de versiones, de memorias y en esencia de verdades sobre hechos sucedidos. Esa actividad hay que realizarla y se debe realizar con técnicas profesionales. Es posible conocer, desde esas memorias, los crímenes cometidos por las cerca de diez guerrillas, las 39 estructuras paramilitares, agentes del estado. Y en dicho ejercicio, el estado tiene la obligación de auscultar, investigar y escuchar a todas las víctimas, y a todos los victimarios llevarlos a declarar y reconocer sus culpas en el marco de las obligaciones de derecho internacional vigentes sobre graves y persistentes violaciones de los derechos humanos, de delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra.

    Pero, cuestión diferente y delicada es aquella que enunciamos en un principio como la búsqueda de verdades de corte interpretativo cuando la anhelada verdad deja de girar en torno al hecho en sí mismo. Este tipo estudio se hace normalmente en el mundo académico, el de las ciencias sociales y humanas por parte de investigadores calificados. A veces se producen acuerdos sobre algunos puntos en otras no. En ningún caso la certidumbre o consenso debe depender del estado ni de los partidos ni de las iglesias, no puede derivarse de una comisión o de un argumento de autoridad ni de un dirigente, es algo siempre abierto, controversial.

    Se me ocurren estos apuntes en vista de las especulaciones acerca de los aportes al esclarecimiento de la verdad por parte de altos jefes de guerrillas, paramilitares y agentes de la fuerza pública que crean la sensación de que de sus versiones se obtendrá tanto la verdad sobre algunos hechos, cosa que puede ser factible, y también sobre la complejidad del conflicto, que escapa a la formación académica de quienes están declarando.

    Sin duda, habrá que mirar hasta qué punto lo que se denuncia tiene soporte, fundamento, y qué obedece a intereses personales o políticos para recibir reducción de penas aunque ello implique prenderle velas al diablo.

    Darío Acevedo Carmona, 20 de agosto de 2023

  • Petro en París: Un discurso de odio y rabia

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    La reciente intervención de Petro en París, reproducida por los canales nacionales de televisión el pasado 25 de junio, es una pieza maestra que muestra al presidente en el esplendor de lo que él ha sido y sigue siendo.

    No hay necesidad de escribir un libro ni un ensayo para analizar los temas con los respectivos anatemas que enunció a rajatabla. Nadie está obligado a rebatir o a confrontar descalificación contra argumento, absurdos contra razón, mentiras contra hechos, porque la pieza en cuestión no pasó de ser un alarde de rabia y de odio contenido en tono ideológico y moralista.

    Ante un público seleccionado de colombianos residentes en Francia, que lo aplaudían, Petro se despachó contra sectores a los que ha tomado, no por críticos ni opositores sino como enemigos, atacó a los empresarios que hacen negocios con la salud dejando entrever que son inmorales y corruptas todas las empresas que se lucran de prestar servicios de salud.

    Insistió en posar de historiador al comparar algo supuestamente ocurrido en Bogotá en 1851 con motivo de la ley que eliminó totalmente la esclavitud bajo la presidencia del jefe liberal radical José Hilario López, con lo que, según él es su continuidad en pleno siglo XXI.  Así, abominó a todos los gobernantes, borró diferencias entre momentos y situaciones en una ramplonería y simplismo que da pena, despachó con dos frases la complejidad del mundo laboral, destruyó el capitalismo con dos adjetivos, etc.

    Atacó a los medios porque son propiedad de familias de riquísimas casas de empresarios, y esgrimió la conclusión moralista que de ellos no se puede esperar información acertada,

    Insistió en que el país siempre ha sido gobernado por una elite u oligarquía -haciendo pantomima de Gaitán- vieja consigna de movimientos y líderes populistas y de la izquierda dogmática y ortodoxa.

    Denigró del Congreso porque no aprobó algunos de sus proyectos, queriendo indicar que, para él, acorde con su talante dictatorial, solo sirve todo y por eso no mencionó los que si le aprobaron.

    Embriagado en su locuaz soberbia, lanzó afirmaciones mentirosas contra la oposición a la que descalificó moral, política y socialmente y culpó de todos los males e injusticias de nuestra sociedad. Se apropió la representación del “pueblo”, la “justicia”, la “verdad”, la “igualdad”, entre otras nociones de cobertura general.

    En su desborde retórico afloró su afán por colocar todos los problemas en el marco de la lucha de clases, como lo hacía sin tapujos en sus primeros retozos con la civilidad, que había solapado en la campaña presidencial del 2022.

    Volvió a renegar de nuestra democracia, de la cual siempre fue un negacionista a pesar de ocupar el solio de Bolívar y dominar buena parte del Congreso, gracias a ella.

    ¿Qué conclusiones se pueden sacar de ese discurso delirante, emocional, desafiante e insultante? Lo primero es no caer en la ingenuidad de ver el contenido como algo nuevo o como una sorpresa. Estamos ante el mismo personaje de siempre, pero, adobado con la investidura presidencial, con amplios poderes que manejados caprichosamente son un peligro para las libertades y la democracia. Estamos ante el antiguo guerrillero que quiso desde el M-19, tomar el poder con las armas, el que siempre moldeó su pensamiento y sus objetivos desde una retórica denigrante del país, de sus instituciones, de su democracia, de sus elecciones, de su modelo económico para posicionar y justificar la idea del cambio, que en cualquier momento llamará “revolución”.

    Al referirse a temas delicados no cita estudios ni estadísticas, pretende hacer un diagnóstico acertado cuya fuente es su propia palabra. Abunda en mentiras como en el caso de la salud que la hace trizas, y a la que, afirmó, las gentes humildes y viejas no tienen acceso, es la peor, y no entiende como figura entre las mejores del mundo.

    De otra parte, el “nuevo” Petro, retoma sin confesarlo, la línea marxista de atizar la lucha de clases, promoviendo estigmas contra los banqueros, los grandes empresarios, las elites y la oposición, culpándolos de todos los males  del país, estimulando el odio y el resentimiento contra los “poderosos” que se niegan a tratar merecidamente a sus empleados. Se lanza contra el capitalismo desde los países donde este sistema ha sido exitoso y defiende a ultranza un mayor papel del estado. No se si en el viaje que tiene programado a la China comunista y a Corea del Sur, se le ocurrirá darles lecciones a sus dirigentes de cómo combatir la pobreza implementando el modelo capitalista.

    En su lógica anticapitalista, sobresale por su irresponsable y sistemático ataque a empresarios y a miles de trabajadores que viven del trabajo en las industrias del carbón, el petróleo, el azúcar y la ganadería, a las que amenaza sin decir que hará con esos trabajadores y sus familias de las que se declara, sin sonrojarse, su protector.

    No hay espacio en una columna para hablar de otros temas, como el de haber incorporado a su morral de impertinencias, la lucha contra el cambio climático, campo en el que se ve como una caricatura de Greta Thunberg.

    Termino haciéndome esta pregunta ¿Qué busca o por qué Petro viola adrede el mandato constitucional que define como característica fundamental del presidente de la república ser el representante de toda la nación, el que debe procurar la unidad nacional y la concordia? ¿Por qué se le ve rabioso, retador, amenazante tendenciosos, como un agitador en vez de un mandatario?

    Pienso que en medio del sentido de auto seguridad que exhibe en su oratoria, Petro tiene miedo, miedo a la oposición, de la que se burló al caricaturizarla, y a las marchas cada vez más multitudinarias. Miedo a que algunas de las investigaciones y denuncias en su contra, presentadas ante el Congreso, por recepción de dineros sucios y no declarados en su campaña de 2022 o por alteración de los escrutinios, prospere y resulte condenado indigno del cargo. Por eso recurre a la experticia del guerrillero, golpear a la vez en muchas partes y evitar concentrarse en un solo lugar. Pero también, a la estrategia en la que es muy hábil: victimizarse y culpar a la oligarquía feudal y premoderna.

    Darío Acevedo Carmona, 2 de julio de 2023

  • Las víctimas y su reparación

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    En una de sus intervenciones recientes, el presidente Gustavo Petro cifró el costo de la reparación integral de las víctimas del conflicto armado interno en 300 billones de pesos y alegando la insuficiencia de recursos del erario, el supuesto incumplimiento del gobierno de Iván Duque en la implementación del “acuerdo de paz” del 2016, propuso que el Banco de la República emitiera ese dinero. De no hacerlo, indicó, el estado se tomaría más de cien años en la ejecución de ese compromiso.

    Varios son los aspectos que se deben considerar para estructurar una opinión razonable ante tan delicado asunto. El estado colombiano, en contra de lo que afirman sectores progres, de izquierda y ultraizquierda y hasta desmovilizados, ha puesto en marcha leyes de compensación y reparación integral para las víctimas.

    Sin embargo, las consecuencias humanitarias de un conflicto armado extenso, atomizado, y que no termina, son tan profundas, horrendas, numerosas y dolorosas, que se dificulta el cumplimiento de metas establecidas sin tener en cuenta al menos tres variables, la primera es la referida a la complejidad del fenómeno, la segunda es que por parte de algunas legislaturas y en sentencias de altas cortes, la obligación de tener siempre en cuenta el costo de cada ley y la fuente de su financiación, la regla fiscal, no se ha tenido en cuenta, y la tercera, la pretensión de que el estado sea el único responsable de todos los programas de atención a las víctimas.

    Pienso que es muy importante valorar algunas cifras estructuradas por el Observatorio de la Memoria y el Conflicto (OMC) del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), basado en la consulta de 653 fuentes y 33.497 bases de datos y documentos por parte de funcionarios y contratistas profesionales en la materia.

    El periodo cubierto va desde 1958, (debería ser desde 1964 que es el verdadero inicio del levantamiento armado de las guerrillas) al 31 de marzo de 2023, último corte realizado.

    Total, hechos de violencia: 361.036. Personas directamente afectadas: 421.806. Víctimas fatales: 269.306.

    Estas cifras difieren de las acopiadas por la Unidad para la Atención y Reparación Integral de las Víctimas del Conflicto Armado (UARIV), entidad creada por la Ley de Víctimas 1448/2011, que incluye a las víctimas indirectas y se acercan a los 10 millones de personas. Si se atendiera una por una tanto en la reparación material (tierras, retornos, indemnizaciones, compensaciones económicas, vivienda, proyectos, etc) como en la simbólica (relatos de memoria, investigación académica, lugares de memoria, museos y casa de memoria, etc.), el lapso para atenderlas sería de varios siglos.

    Por otra parte, los 300 billones de que habla Petro se convertirían en una suma pírrica de tener que cumplirles a todas y cada una de las víctimas, es decir, en un tiempo razonable y sacrificando de paso todas las obligaciones que en otros campos debe cumplir el estado.

    Si miramos las cifras sobre víctimas  y los responsables según el OMC, tenemos lo siguiente: grupos paramilitares 95.200, 22.57%. Dos o más grupos: 50.886, 12.06%. Guerrillas: 36.681, 8.70%. Autores desconocidos: 37.392, 8.86%. Grupos armados no identificados: 29.172, 6.91%. Agentes del estado: 8.569, 2.03%. Grupos armados posdemovilización: 5.703, 1.35%.

    Como quiera que la desmovilización de varios de los grupos armados organizados (GAO) han asumido compromisos en las negociaciones con el estado para reparar a las víctimas, pidiéndoles perdón, contando la verdad de los hechos, aportando dinero, tierras, semovientes, entre otros insumos, es de esperar que la responsabilidad es plural y en sana lógica no puede recaer solo en el estado, no siendo este el culpable del mayor número de víctimas.

    A todas luces, hasta la fecha no ha existido proporcionalidad en la inmensa tarea de reparar a las víctimas y, por tanto, es injusto que el presidente actual, las fuerzas que hacen parte de su coalición y sectores de la comunidad internacional y el mundo diplomático, responsabilicen y acusen solo al estado por supuesto incumplimiento.

    Y una reflexión para ponerla en el tapete, urge revisar las categorías de víctimas: directas e indirectas, comunidades, familias, individuos, a la luz de las once conductas violentas violatorias del derecho internacional humanitario para planear y adoptar de manera realista las compensaciones materiales y simbólicas a que haya lugar en vez de lanzar disparatadas propuestas.

    Darío Acevedo Carmona, 23 de abril de 2023

    Fuente: Observatorio de Memoria y el Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica, 31 de marzo de 2023.  https://micrositios.centrodememoriahistorica.gov.co/observatorio/infografias/balance-general/

  • Apuntes sobre el estado, presidentes, paz, irregulares y responsabilidad sobre la violencia

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  • ¿Nos dejaremos narcotizar?

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    Apuntes sobre la estrategia del gobierno Petro, mirar sus errores, fantasías, disparates e improvisaciones como insumos útiles en la destrucción de la sociedad capitalista y el régimen corrupto.

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  • El Espectador, la nueva directora del CNMH y mi gestión

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    Reproducción de artículo de respuesta a afirmaciones de la nueva directora del CNMH, publicado por El Expediente el 22 de octubre de 2022.

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  • ¿En las Fuerzas Militares y de Policía hay víctimas?

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    La Ley de víctimas 1448 de 2011, su alcance, la definición, el tema de soldados y policías, DIH, DD.HH. 

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  • Colombia: la verdad y la violencia política. Dónde está la verdad, y II

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    Continuación. En la primera parte de esta columna me refería a la experiencia colombiana con comisiones de la verdad y terminé hablando de la que fue creada a comienzos del Frente Nacional (ver columna anterior).

    … Tan abierto fue el informe de esa comisión que luego hubo una oleada de investigaciones sobre el tema todas ellas revelando la dificultad e imposibilidad para producir un relato global y único.

    La segunda comisión investigadora de la violencia política fue creada por el presidente Virgilio Barco en 1986, su dirección fue encargada al historiador Gonzalo Sánchez hasta hace poco director del Centro Nacional de Memoria Histórica Gonzalo quien conformó un equipo con profesores de la Universidad Nacional conocidos como los “violentólogos”.

    La violencia política se había convertido para entonces en algo monotemático y omnipresente, una moda, como un sufijo según apunte del fallecido historiador Germán Colmenares. Se buscaba una explicación científica, pero el resultado no cumplió esa meta, en vez de un discurso homogéneo el libro Colombia Violencia y Democracia compiló una serie de ensayos sobre todo tipo de violencias que afectaban a la sociedad colombiana dando una apariencia de igualación de todas ellas.

    Además, en lo que respecta a la violencia política insistió en la tesis de que la tierra está en la base de los conflictos contemporáneos del país como también las falencias del estado, el carácter excluyente del régimen político, todas las cuales configurarían las llamadas “causas objetivas” del levantamiento armado.

    Más aún, Sánchez reitero su tesis según la cual, los colombianos somos propensos a la violencia y el país se ha configurado endémicamente a partir de la violencia, como si se tratase de una enfermedad y todas las situaciones de violencia política y guerras civiles tuvieran el mismo leit motiv o circunstancialidad y procesos económicos, constitucionales, infraestructurales, educativos, urbanos e industriales carecieran de valor.

    El sociólogo francés Daniel Pécaut en uno de sus ensayos posteriores a esta investigación escribió sobre la imposibilidad de explicar la Violencia de mediados del siglo XX a partir de un solo enfoque o paradigma. Que curiosamente es lo que quiere reintentar la Comisión de la Verdad del jesuíta De Roux.

    Recordemos que desde La Habana hacia el final de las negociaciones entre el gobierno Santos y las Farc se ordenó a un grupo de académicos escribir un ensayo sobre el conflicto armado. Los miembros elegidos por las partes produjeron textos que confirmaron la diversidad de enfoques y visiones sobre el “conflicto armado” dando al traste con la pretensión de las Farc que rechazó algunos porque no se adecuaban a su narrativa, reconfirmando la tesis de Pécaut.

    Por estos días la opinión ha estado informada de las dificultades que ha tenido el presidente Duque para nombrar el nuevo director del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) por presiones de intelectuales, activistas de ONGs, profesores nacionales y extranjeros, organizaciones de diversa naturaleza que han vetado los nombres de posibles candidatos al cargo alegando que tales personajes tienen una visión contraria y negacionista sobre los problemas de violencia política vividos en el país en las últimas décadas.

    La posición de quienes han propiciado el veto a estos candidatos apunta a dejar por sentado que lo realizado bajo la dirección de Sánchez es incuestionable y corre peligro si llegase a quedar en manos de quienes tienen puntos de vista diferentes a los de quienes han trabajado en la institución. Han llegado al extremo de exigirle al estado y al gobierno “respetar” la autonomía académica del Centro y negar el carácter controversial de la verdad y la memoria.

    Retomando el tema de la Comisión de la Verdad, pienso que si lo que el país quiere es estudios académicos sobre la violencia política y el “conflicto armado” lo correcto, lo adecuado y lo pertinente es que se cree una línea macro de investigación dirigida por Colciencias con adecuadas finanzas para que investigadores de todas las disciplinas sociales y humanas y equipos de investigación reconocidos  propongan proyectos multi e interdisciplinarios, desde diversos enfoques y evaluados por expertos que se rijan por criterios estrictamente disciplinares.

    No llegaremos a una verdad o explicación definitiva o única ni a un relato homogéneo porque siempre tendremos varias versiones o enfoques, pero, con seguridad tendremos como sociedad la posibilidad de enriquecer nuestra mirada y valoración de lo sucedido sin tanto apasionamiento y con más criticidad.

    Darío Acevedo Carmona, 10 de diciembre de 2018

  • Colombia, la Verdad y la violencia política. ¿Dónde está la verdad? (1)

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    La pregunta por la verdad ha dado lugar a las más candentes controversias sobre su significado y la respuesta a la cuestión ha provocado desde los más enconados debates filosóficos, morales, religiosos y políticos hasta guerras civiles e internacionales.

    La humanidad no ha podido ponerse de acuerdo en crear un significado aceptable para todas las culturas y para todo tipo de inquietudes y conflictos. El hecho de que algunas religiones se presenten como la verdad revelada o que una ideología política como el marxismo haya dado lugar a guerras devastadoras entre facciones que dicen ser la línea verdadera, la correcta, nos da la dimensión de su complejidad.

    Retomo mi preocupación por este tema en lo que respecta al debate no saldado sobre la “verdad” de la violencia política de las últimas décadas en Colombia. La semana pasada tuvo lugar el lanzamiento de trabajos de la llamada Comisión de la Verdad surgida del acuerdo Santos-Farc. El sacerdote jesuíta Francisco De Roux, defensor de la teología de la liberación, es su director y está acompañado por un grupo de personas de clara tendencia izquierdista, entre los que sobresale Alfredo Molano un reconocido intelectual marxista que se ha esforzado por construir una retórica favorable a lo que considera un “levantamiento armado del campesinado por la tierra”.

    Según palabras del jesuíta, la Comisión se va a desplazar a regiones que sufrieron los rigores de la violencia y va a entrar en contacto con las comunidades para escuchar a las víctimas, factor fundamental para hallar la verdad. Y es desde ese propósito que se pueden ver los equívocos a que se van a enfrentar.

    El primero de ellos tiene que ver con el tipo de “verdad” que buscan (como si la verdad fuese un objeto externo, escondido, ajeno a nuestra forma de pensar), aclaró De Roux que la Comisión no se ocupará de la verdad jurídica porque para ella está la JEP, es decir, de aquellos hechos puntuales que responden a las preguntas por el qué, quién, cuándo, dónde.

    Eso nos indicaría que la Comisión, para no repetir a la JEP, iría al fondo no ya de un asesinato, un secuestro, una masacre, sino al conjunto, a la realidad total del fenómeno, a las “causas” subyacentes, a la cuestión social, a las estructuras socioeconómicas, etc., quiere decir, al enfoque académico que parte de unas hipótesis que se ponen a prueba en el proceso de investigación dando lugar a un texto conclusivo o concluyente.

    Parece muy atinado el planteamiento, sobre todo en el entendido de que se parte de una realidad poco o mal estudiada que requiere estudios en profundidad para que se sepa, al fin, que fue lo que pasó, porqué sucedió, etc. y para hacerlo es preciso trabajar de acuerdo con las reglas del mundo académico y no con las del mundo político. Y resulta que el área de la academia que estudia los problemas sociales, historia, antropología, sociología, economía, filosofía, etnología, sicología, entre otras, es adversa o contraria a la idea de establecer una verdad definitiva y única de esos problemas y es opuesta a que esa pretensión, falsa de toda falsedad, recaiga en una Comisión como si esta fuese un tribunal de cierre.

    El mundo y la vida académica riñe con comisiones de cierre o cancelación, con pontífices y hechiceros, con dogmas. Su estilo y metodología no es la de religiones ni de teorías políticas totalitarias, historicistas y dogmáticas como el marxismo, corriente esta última con la que se ha usado y abusado en claustros y centros de investigación so pretexto de su cientificidad.

    El segundo problema de esta arrevesada e impertinente Comisión que es fruto del interés político de las guerrillas por imponer una explicación justificadora de sus aventuras y crímenes en ropaje académico es que repite el error metodológico de las dos comisiones que se crearon en el pasado y cuyas limitaciones quedaron en evidencia tan pronto como sus resultados fueron dados a conocer.

    La primera comisión fue creada por el presidente Alberto Lleras en los inicios del Frente Nacional con la finalidad de que se estudiara qué era lo que había sucedido en la llamada época de la Violencia (liberal-conservadora) de tal forma que de su resultado se desprendiera una lección: que nunca más se repitiera dicha tragedia. Estuvo integrada por el abogado profesor de la Universidad Nacional de Colombia Eduardo Umaña Luna, el sociólogo Orlando Fals Borda y el obispo Germán Guzmán Campos. Visitaron zonas de violencia y hablaron con las víctimas, de sus averiguaciones resultó el libro La Violencia en Colombia, que con algún detalle rescató información fáctica y documental. Tuvo la virtud no buscada de abrir el tema en vez de cerrarlo con conclusiones absolutas. Los marxistas que posteriormente estudiaron el tema le vieron demasiados defectos. (continuará)

    Darío Acevedo Carmona, 3 de diciembre de 2018

  • Academia y política un coctel indeseable.

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    Pienso que así como en las universidades públicas no debe haber intromisión religiosa, tampoco debe haberla de intereses políticos partidistas e ideológicos. Las instituciones están diseñadas para cumplir unos objetivos y ser fieles a una misión. No se aceptaría que un hospital se utilizara para un concierto musical o un cementerio para realizar un torneo de futbol.

    Considero que ni la ideología ni la política son ciencias y que el conocimiento científico fruto del esfuerzo académico es ajeno a doctrinarismos partidistas y que cuando grupos o partidos intervienen en los espacios educativos para adoctrinar a los jóvenes e instrumentalizarlos proceden indebidamente.

    Durante mi trayectoria por la universidad Nacional de Colombia como estudiante y docente, fui protagonista y la mayor parte del tiempo observador crítico del propósito de las diferentes agrupaciones y tendencias de izquierda de convertir la universidad pública en espacio para la agitación y la propaganda revolucionarias y reclutar jóvenes militantes, una de cuyas consecuencias es el distanciamiento de los estudiantes y parte del profesorado de sus obligaciones académicas.

    En su camino esos grupos le han dado estatus de permanencia al movimiento estudiantil como si se tratara de un grupo o clase o etnia, dotándolo de objetivos asimilables a un deber ser, destino o misión revolucionaria como otrora quiso hacer el comunismo con la clase obrera.

    No critico que estudiantes y profesores asuman, en tanto ciudadanos, posiciones políticas o partidistas, pero sí que se confunda y se use el credo político y se realice la militancia en las tareas académicas porque violan el carácter y la misión de las instituciones educativas: enseñar, formar, crear conocimiento.

    Ese viejo sueño de las izquierdas no se ha estancado, si se quiere y para ser realistas, el uso y abuso de entidades académicas, de instituciones del saber por parte de estudiantes y docentes militantes que están cumpliendo con una causa política de izquierda o de extrema izquierda, prosigue de una manera que raya en el descaro.

    En la carrera docente hay profesores que dedican buena parte de su jornada a organizar foros sobre el liderazgo de la clase obrera en la revolución proletaria, eventos conmemorativos de los 100 años de la muerte de Marx, del centenario de la revolución bolchevique rusa, que convierten el archivo de una familia víctima de violencia estatal en actividad proselitista, que nada tienen que ver con la vida académica. Y durante el octenio Santos aprovecharon para crear tanques de pensamiento sobre la guerra y la paz.

    En la actual coyuntura se tomaron las redes institucionales para circular sus proclamas, emisoras y periódicos universitarios publican artículos de contenido poco o nada académicos. Una verdadera afrenta es que la plazoleta central de la Nacional no se llame Francisco de Paula Santander sino “Che Guevara” el juez del paredón castrista, y que sea utilizada para despliegues y paradas militares de milicianos guerrilleros.

    Años atrás, y todavía, profesores de formación marxista investigan y reinvestigan movimientos, huelgas y líderes para “reescribir la historia dando campo a los excluidos, como si la academia tuviese la misión de reescribir la verdadera historia a la luz del paradigma de la lucha de clases.

    María Cano, por ejemplo, fue ungida reina del proletariado a partir del relato del dirigente obrero comunista, Ignacio Torres Giraldo, su compañero sentimental, que la mantuvo en el ostracismo y el silencio por más de treinta años por orden del estalinista y prosoviético partido Comunista colombiano que la calificó de pequeñoburguesa y aventurera por su militancia en el partido Socialista Revolucionario en los años veinte. Y ya le están preparando un homenaje al ingrato Torres.

    Los hay que lloraron la baja de Alfonso Cano, otros han dedicado horas, días y noches a seguir la “vida gloriosa” de Tirofijo o de Bateman o de Camilo el cura quien si les gustó ver metido en política e ingresando al ELN, y los que han escrito ensayos y libros con teorías sociológicas rebuscadas para justificar la lucha armada de las guerrillas colombianas.

    La historia del país cayó en manos de FECODE, epicentro de las disputas de todas las tendencias rojas que han coincidido en deseducar a varias generaciones de adolescentes con un relato simplista, negativo, generalizante y tergiversado basado en el odio de clases.

    En suma, las izquierdas controlan en amplia medida el aparato educativo público al que le han castrado o modificado su misión y su carácter académico cambiándolos por su motivación “liberadora”: se creen adalides de la revolución, del cambio social, de ser un sector cuyo deber no es con el saber científico ni con lo académico y profesional sino con la causa de los explotados y oprimidos, “con el pueblo”.

    Es lo que nos lleva a entender su insistencia obsesiva en conquistar el cogobierno de la universidad y formar comisiones permanentes para discutir e intervenir en todos los asuntos de la universidad e incluso definir con el estado el presupuesto de la educación.

    Va a ser muy difícil recuperar la universidad pública para el cumplimiento de la misión que le fue asignada por sus fundadores y reformadores liberales en 1867 y 1935.

    Darío Acevedo Carmona, 26 de noviembre de 2018